Marco Aurelio y el horror

La generación más preparada de Roma ha llegado al poder, está lista para alzar el vuelo y, de repente, todo se hunde

En abril del año 121, nació Marco Anio Catilio Severo. Desde muy joven, se le notó tanto una exquisita formación como una capacidad sobresaliente para la vida pública. Por eso, ordenó el emperador Adriano que Marco y otra joven promesa, Lucio Vero, fueran designados sucesores de Antonino Pío, el siguiente en la línea. A la muerte de Antonino, en el año 161, el ahora llamado Marco Aurelio exigió ser nombrado Emperador en igualdad con Lucio Vero. Imaginen la situación: tiene cuarenta años, lleva toda la vida sabiendo que todos lo consideran una gran esperanza para el Imperio, sucede a un buen gobernante y está en condiciones de mantener el rumbo del Estado. La generación más preparada de Roma ha llegado al poder, está lista para alzar el vuelo y, de repente, todo se hunde.

Aquel hombre, un convencido estoico, se encontró luchando sin tregua contra los bárbaros que amenazaban las fronteras del Imperio, tuvo que sofocar la sublevación de uno de sus generales más prestigiosos y, por si fuera poco, se le presentó una epidemia que en diez años acabó con una de cada cuatro personas (quizá también con el propio Lucio Vero), llegó a provocar como dos mil muertes diarias, mermó el ejército y, con toda seguridad, causó una crisis económica de la que Roma no llegó a recuperarse. Todo lo que parecía un futuro glorioso se convirtió en unas décadas en desolación e incertidumbre. Marco Aurelio, estoico y gobernante, siguió cumpliendo con su deber mientras, en la intimidad de su tienda de campaña, iba escribiendo unos "Pensamientos para sí", la obra conocida como "Meditaciones". Ahí lo vemos intentando ahuyentar el horror de sus días, convencerse de que la vida es un suspiro y el futuro algo imprevisible, decidir que solo podemos hacer lo debido cada día y actuar de modo que, si mañana llegara la muerte, todo lo que debíamos haber hecho estuviera ya cumplido. Hoy, como tantas otras veces, el presente nos ha reventado en las narices y un virus nos tiene en jaque. Aquello que creíamos inmutable ha cambiado y el futuro que acariciábamos parece haberse evaporado. Quizá podríamos seguir a Marco Aurelio, vivir cada día y cumplir con nuestro deber protegiendo, protegiéndonos, esperando que la Ciencia funcione y huyendo de quienes nos necesitan aterrorizados para dominarnos. Ya que no sabemos cómo será el mañana, podríamos concentrarnos cada día en tener un buen hoy. No sería mala cosa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios