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Francisco García Marcos

Matices imprescindibles

El Manual Básico de Demócrata indica que debe administrarse templanza con los intolerantes

Almada es una ciudad media ubicada en la prefectura de Setúbal, justo en el pico de una península, tan cerca y tan lejos de Lisboa. No deja de ser un límite, el que fija el oleaje del Atlántico. Probablemente, por ese constante vaivén sonoro el pequeño Luis no se percató de que un poco más arriba, en la capital, sonaba "Grândula, Vila Morena", se repartían claveles y se terminaba con el ominoso Salazar. Como en Almada nunca deja de batir la mar, siguió jugando a que era un gallardo marinero expedicionario rumbo a las colonias, que sojuzgaba negros y luego era recibido como un héroe en su vuelta a la metrópoli. Pepe nació en Madrid, solo un año después de que Tejero irrumpiera en el Congreso, a la espera de una autoridad superior que, evaporada, nunca llegó. Siempre lamentó que se le hubiera escapado ese extraordinario instante, tan cercano en el espacio y en el tiempo. A los Reyes Magos les pedía invariablemente un tricornio, para jugar a que los buenos (los guardias civiles golpistas) disparaban a los malos (los diputados, naturalmente). Entre muchos balones y pocos libros, puede que soñaran con pelotones de fusilamiento que limpiaran sus patrias sagradas de mala hierba. Pero no vistieron más uniforme que el de futbolistas. Lo hicieron con gran éxito. Ganaron trofeos, dinero y fama. A través de esta última hicieron circular sus acendrados ideales, hasta convertirse en paladines mediáticos de la derecha más extrema y ríspida. El Manual Básico de Demócrata indica que debe administrarse templanza con los intolerantes, entre otras cosas, como ejemplo práctico de convivencia. Cierto que es posible encontrar los correspondientes contraejemplos y, por lo tanto, abundar en esa idea de diversidad consustancial. Pienaar fue cómplice indispensable de Nelson Mandela para apaciguar Suráfrica mediante el rugby, Lebron, Alí, Hamilton han denunciado el racismo, Sócrates o Breitner estuvieron firmes junto a los obreros.

De entrada, todos tienen el mismo derecho a manifestarse, conforme a ese principio de equidad democrática. O no. Ni Pienaar, ni LeBron, ni todos los demás de su cuerda secundaron causas que amenazaban de muerte a políticos en activo, que segregaban a las personas, que justificaban los hiatos más abruptos y descarnados de las sociedades. Hay, por lo tanto, una diferencia más que sustancial entre apoyar a la extrema derecha y abrazar otras causas, del tipo que sean estas últimas. La auto-arrogada superioridad moral de los demócratas no deja de ser un acto de soberbia bastante irresponsable. Cuando se ha concedido espacio democrático al fascismo, ha terminado por destruirlo todo, para reemplazarlo por dictaduras feroces. De eso, por desgracia, sabemos demasiado en Europa. Así que tampoco estaría de más revisar alguno de nuestros postulados básicos. No debe haber margen para el intolerante; respeto máximo y sin ambages para el distinto, que no es lo mismo.

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