Mejor en bañador

Acceder a un cargo de responsabilidad debiera implicar un acto mayúsculo de sensatez, generosidad y compromiso

Amabos estaban cansados después de una larga jornada laboral. En un cajón de la cocina sobresalía la última factura de una colección que engordaba mes a mes. Sentados en el sofá encendieron la tele. Un tipo con corbata mostraba con desaire unas gráficas de llamativos colores. Cuando terminó de hablar tomó la palabra una señora de mediana edad que, con facies enrojecida, se empecinaba en convencer de que todo cuanto decía su rival era mentira.

Empachados de mediocre falsedad la pareja cambió rápidamente de canal mostrando más interés en una gentecilla que jugaba a sobrevivir en una isla mientras interpretaban el papel de desdichados de un culebrón. Todo era igual de cutre que en el otro programa pero al menos estos no se empeñaban en aparentar lo contrario.

Las filas de descreídos políticos crecen con la misma rapidez con que los susodichos pervierten cada palabra. Y esto choca con la apreciación aristotélica de que el hombre es un animal político. El filósofo griego señalaba hace milenios el interés genuino que tiene el ser humano en vivir en sociedad, participar de la misma, mejorarla y proyectarse como ciudadano de una patria. ¿Qué está sucediendo para que la desilusión se granjeé cada día nuevos votos? Es sencillo: nuestros representantes carecen de compromiso y generosidad.

De pequeños tenemos grandes dificultades para compartir nuestros juguetes más preciados. Un buen trabajo paternal concluirá en adolescentes mínimamente comprometidos consigo mismos, sus familias y su futuro. La evolución natural debe llevar al individuo a dotarse de mayor amplitud de miras, a comprender que dar es tanto o más necesario que recibir. La madurez y equilibrio final se alcanzan con ciudadanos entregados a la sociedad de la que forman parte. Adultos generosos que entienden que "tenemos dos manos para usar una en nuestro beneficio y otra para ayudar al prójimo" (Audrey Hepburn).

Acceder a un cargo de responsabilidad, desde el presidente de la escalera hasta el del gobierno, debiera implicar un acto mayúsculo de sensatez, generosidad y compromiso. Cuando usamos esta solemne tarea en beneficio propio, para medrar o para compensar carencias personales nuestro único objetivo será permanecer en el puesto a costa de todo. Este género, por desgracia, abunda entre nuestros representantes. No es de extrañar entonces que, puestos a ver impresentables, prefiramos que sea en bañador.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios