Metafóricamente hablando

Mejor sola

Sentada en aquel frío salón, observaba su fotografía de boda enmarcada en plata, regalo de algún invitado por tan feliz acontecimiento

Sentada en aquel frío salón, observaba su fotografía de boda enmarcada en plata, regalo de algún invitado por tan feliz acontecimiento. En este momento no recordaba de quien fue tan generosa dádiva. La mayoría de los regalos fueron directamente al aparador de la abuela, antes no estaban de moda las listas de boda. Recordaba aquel día como una nebulosa, la vistieron sus amigas y hermanas diciéndole que iba muy hermosa. Ella joven e inocente, no podía intuir el cataclismo que se avecinaba. Con el traje de encaje blanco, el velo sobre la cabeza y un ramo de azahar, fue entregada por su padre a quien sería su carcelero durante más de tres décadas. Pero aquel día nadie presagió tal futuro aciago, todo fueron parabienes, risas, abrazos y felicitaciones. Sobre vida conyugal, lo más que sabía ella era que, desde aquel día en que "comieron perdices" serian felices y tendrían muchos hijos, que eran la bendición de la casa. Que pasó después, no podía rememorarlo sin que el llanto le ahogara la garganta, y hoy, precisamente hoy no quería recordar. Todos los cuentos que le relataron de pequeña, en los que la princesa era rescatada por un príncipe valiente y enamorado hasta el tuétano por su singular belleza, quedaron en humo, como las típicas novelas románticas que tanto le gustaba leer de jovencita, y que acabaron como el cuento de la lechera. Una vez casada, la pata "quebrada". Primero no fue capaz de contárselo a nadie, con el tiempo se atrevió a compartirlo con su mejor amiga, y así poco a poco, fue vertiendo todas sus dudas y angustias en oídos cercanos. La respuesta, siempre fue la misma: no haberte casado con él, hija mía hay que tener paciencia, no le contestes, aprovecha cuando no está en casa, ve sisando algo de la compra diaria y guárdalo en una caja, etc…. Hoy sus ojos se iluminaban dándole un brillo singular, su hija mayor se casaba. Que distinta era esa boda!, el que iba a ser su marido solía compartir con ella todas las decisiones, los vio discutir hasta llegar a un consenso, y después de vivir juntos varios años habían decidido comprometerse en una acto familiar e íntimo. Cuando llegó al hotel en que se iba a celebrar el acontecimiento, iba radiante, primero se dio un baño en aquella playa paradisíaca, aun luciendo ya algunas "lorzas", no estaba en absoluto acomplejada, se puso un vestido corto y ceñido, y bajó a la terraza del comedor. Nunca le había sentado mejor la soledad. Llegaron otros invitados, y se sentaron junto a ella, conversando distendida y alegre. De repente, sintió una mirada clavada en su nuca que le produjo un escalofrío recorriéndole la espalda de norte a sur, observó de reojo la mesa del fondo, no tuvo que volver el rostro, la viscosidad de esa mirada acuosa era tan conocida como detestable. Sintió una tremenda sensación de alivio, era el sapo en el que se convirtió el príncipe con el que se casó!

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