Memoria, dolor y ningún olvido

Las nuevas generaciones, por suerte para ellos, no han convivido con las masacres de los etarras

Recuerdo estar tumbado sobre el césped de un camping de Almuñecar el mediodía de un mes de julio de hace más de veinte años. Un paraje singular, frente a la playa, aunque rodeado de zonas que rezumaba a proyecto urbanístico futuro. Y así fue tiempo después. Aún recuerdo como aquel día tarareaba la canción del momento, la del cantante italiano Nek, "Laura no está", pero, sobre todo, evoco la sensación de intranquilidad y desasosiego que sentía por el cuerpo, supongo que como el resto de españoles de bien. Me explico. Pegado a la radio, todos esperábamos en esa jornada el desenlace del concejal vasco Miguel Angel Blanco, que había sido secuestrado días antes por la banda terrorista E.T.A. Un escalofrío me recorrió por el cuerpo cuando esa tarde informaron de su asesinato. Se lo encontraron con dos tiros en la nuca, matado a sangre fría, tirado en mitad de un camino. Las nuevas generaciones, por suerte, no han conocido cómo era vivir durante la década de los ochenta y los noventa, un día sí y otro también, abriéndose las cabeceras de telediarios y periódicos con las masacres de los etarras. En las encuestas del CIS existía una preocupación perenne de la ciudadanía, esperándose la llegada en cualquier momento de la "mala nueva". Cuando no era un coche bomba, era un disparo a bocajarro. Años de barbarie a causa de esos matarifes sanguinarios. Muerte sin sentido, familias rotas por su culpa. Tal era la situación que en el imaginario popular de por entonces convivía, a modo de leyenda urbana, la idea de no poder viajar al País Vasco si tu apellido no era Goicoechea, Aramburu u otro similar, por la suerte que podías correr. Exterminada ya hoy esa angustia del terrorismo etarra, gracias, principalmente, a la labor encomiable realizada por nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad durante todo ese tiempo, resulta más que ofensivo los comunicados y video que ETA ha difundido para informar de su desaparición. Primero, por hacerlo para consumo interno, para los suyos, egoísta y cobardemente, pues aún siguen libres los verdugos de muchos inocentes asesinados. Segundo, por ser incapaces de pedir perdón, abierta y sinceramente, a todos los que mataron, y a sus familiares. Y, por último, por escenificarlo de manera obscena, altanera, pues debían haber salido por la puerta de atrás, sin hacer ruido, y mirando al suelo. La gente puede llegar a perdonar, pero no olvida.

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