De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

Memorias de piedra

Nadie que haya nacido después de la primera mitad de la década de los sesenta recuerda el viejo edificio de Correos

Nadie que haya nacido después de la primera mitad de la década de los sesenta recuerda el viejo edificio de Correos en la Plaza Juan Casinello, que fue Colegio de Jesús, sede del Diario de La Indepedencia, Diputación Provincial y hasta escenario del frustrado golpe de 18 de julio de 1936 contra la República, como nos recordó en este mismo periódico el ilustre Antonio Sevillano. El proyecto, de Trinidad Cuártara, fue entonces, como muchas de sus casas y palacios, muestra eximia del encanto burgués de finales del siglo XIX; por su equilibrado clasicismo, su simetría y su sentido del espacio, aquel edificio no fue ajeno al progreso urbanístico de la época, al decidido impulso hacia la modernización de la ciudad y de su patrimonio cultural.

La obra de Cuártara admite y sufrió críticas; puede que la ciudad que pensó, como se ha dicho, atendiera principalmente a las preferencias de una clase dominante pujante que, en aquel momento, aspiraba a separarse del provincianismo y la miseria. Pero es indudable que sus creaciones, las que sobrevivieron, son hoy las manifestaciones más relevantes del arte almeriense moderno y pudieran mostrarse orgullosas junto a otros palacios coetáneos en ciudades mucho más visitadas. No sé si el de Correos fue el mejor edificio de los suyos, pero siento esa añoranza inconsolable de aquello que nunca se tuvo cuando veo en fotografías antiguas sus sobrias balaustradas, los elegantes frontones que coronan las ventanas del cuerpo principal, la nobleza sin excesos de la entrada y la dulce remembranza de los tiempos gloriosos, evocados por el globo terráqueo que jalonaba el balcón, centro de gravedad del edificio.

Por eso no puedo entender qué pudo mover a su derribo en 1966. Y menos aún qué pudo llevar a su sustitución por el despiadado brutalismo del armatoste enfermo con el que ahora nos vemos obligados a pechar. La sustitución de la antigua joya por esa mole descarnada, que algunas voces llaman a conservar porque constituye un exponente genuino de fealdad (que ya es decir, cuando se habla de arquitectura almeriense de los años sesenta), podría ser un monumento a lo absurdo, un trasunto arquitectónico de la perplejidad del arte ante los movimientos telúricos que agitan el mundo, una audacia desafortunada, quizá. Pero lo cierto es que España no era entonces el ancho mundo, sino el cortijo acotado de un exiguo club; y aquel adefesio, probablemente, fuera el resultado de uno de sus juegos de casino. Una buena carga y a otra cosa, propongo.

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