Mentiras

Los intereses particulares y el mundo ficticio de la publicidad se imponen sin tener ya que disimular

La vida está hecha de pequeñas mentiras. Sabemos que el cielo no es azul. Trampeamos con los demás para lograr pequeñas ventajas. Y nos mentimos a nosotros mismos para sobrellevar la edad o para mantener las esperanzas.

Las trampas resultan a veces ridículas como cuando un tipo nos cuenta con descaro que vamos a jugar al futbol a Arabia para defender los derechos de las mujeres. Pero las mentiras tienen menos gracia cuando afectan ya a los pilares del sistema: la educación, la sanidad, la justicia. Ahora nos han pillado alterando los resultados en la prueba que mide la capacidad de lectura en Europa. ¿Merece la pena mentir para decir en el telediario que hemos mejorado? Y, puestos a copiar, ¿no sería mejor imitar el esfuerzo que realizan en otros países para ampliar la formación y la eficacia de sus docentes o para evitar que ningún alumno se quede atrás en los primeros años poniendo incluso varios profesores en el aula?

Nosotros preferimos dedicarnos a lanzar mentiras que nadie cree, pero que se instalan en la realidad virtual que saludamos con entusiasmo. Ahora, por arte de magia, los centros son bilingües. Aumentan los centros tecnológicos sin apenas ordenadores y, a veces, con una conexión a internet de mala calidad. Y esto no es algo que surja solo en la enseñanza primaria o secundaria. Pagamos para que las universidades aparezcan bien situadas en algunos listados y luego surge la realidad: títulos de máster que se falsifican, alumnos extranjeros en las aulas sin tener una mínima comprensión del idioma…

Los intereses particulares y el mundo ficticio de la publicidad se imponen sin tener ya que disimular. Hasta aseguramos sin pestañear que el sistema de pensiones está garantizado aunque cada día haya menos dinero en la reserva. Preferimos hacernos trampas en el solitario y todo cuela con tal de lograr un 'me gusta' en los móviles o un titular favorable en los medios. La 'broma' tendrá, no obstante, sus consecuencias porque incluso la mentira debe tener sus límites. Estamos llegando a unos niveles en los que, si nuestro hijo viene del colegio con una nota en la que se nos dice que lo han pillado copiando, no sabemos realmente qué hacer. ¿Regañarlo? ¿Darle un abrazo y sentirnos orgullosos por tener un posible presidente de gobierno en la familia? Será una letra a largo plazo, pero al final habrá que pagarla.

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