Carta del Director/Luz de cobre

Merece la pena tener esperanza

Estamos casi institucionalizados por la pandemia, con serio riesgo de quedarnos en el camino, pero hay esperanza y es algo bueno

Cadena Perpetua es una de esas películas de culto para los amantes del cine carcelario. Para mí va más allá. Es un filme que a uno le devuelve las ganas de vivir. Te carga las pilas. Posiblemente pueda que incluso sea más sencillo. La última semana zapeando tuve la oportunidad de reencontrarme con la cinta que protagoniza Tim Robbins (Andy Dufresne) y Morgan Freeman (Red). A medida que el filme avanza sientes un irrefrenable deseo por ver qué ocurre, con un poco más de esperanza, como lo explica Adrián Massanet. En su seno se haya una de las elegías más intensas que se recuerdan en torno a la búsqueda de la libertad personal y espiritual, algo ansiado por la mayoría de los hombres, aunque quizá muchos ni lo sepan. Pero 'Cadena Perpetua' es mucho más que eso. Este relato nos acerca a un convicto acusado de un delito que no ha cometido, y que pasará dos décadas en la cárcel, durante las cuales conocerá a una serie de personajes. Con uno de ellos, Red, iniciará una amistad duradera y profunda, enriquecedora y estimulante para ambos, una amistad en torno a una serie de temas mayores, como lo son la esperanza, la redención, la fraternidad, empeñarse en vivir o empeñarse en morir. Casi nada.

Los fotogramas, uno a uno, me trasladaron de inmediato a la situación que atravesamos. La pandemia que nos asola, nos acogota y nos mantiene casi prisioneros en medio de una segunda ola, que desconocemos como acabará. Cada uno de ellos, en especial aquellos en los que el protagonista Andy (Tim Robbins), consciente de que su amigo Red (Morgan Freeman), ya está institucionalizado y tiene serio riesgo de quitarse la vida si sale del penal y se enfrenta solo al mundo después de 40 años entre rejas, le habla de la esperanza como motor, como pieza básica y elemental que nos mueve. La mirada atónita de Red, que no entiende nada, lo lleva al final a salvarse, a evitar perecer producto de la incomprensión y la desubicación del nuevo mundo que se encuentra en la calle. Y en esas estamos. Casi institucionalizados por una pandemia que se alarga y que no tiene fecha de caducidad. El coronavirus no sólo se lleva por delante la vida de muchos de nuestros seres queridos, sino que ha sido capaz de inocularnos el virus de la depresión, de la tristeza, de la falta de objetivos a los que enfrentarse y que dan salsa a nuestro devenir cotidiano. ¡No se dejen llevar por el vacío!. ¡Alejen de sus pensamientos cualquier atisbo de tristeza o depresión!. La insertan en una botella, la cierran y fluyan por el río de la esperanza. La vida sigue. Está aquí para modificarla a nuestro antojo, aunque en la situación que nos ocupa pudiera parecer que se agota como la llama de un mechero al que sueltas el pulsador. Falso. Aferrémonos, con todas nuestras fuerzas a la esperanza... es algo bueno y las cosas buenas nunca mueren.

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