Desayuno con diamantes

José Fernando Pérez

Metáfora

El olor a letra me confortaba dejándome llevar por la maestría de quien me atendía

Donde se viven los sueños. Huelen a papel y suenan a silencio, sólo roto por el rasgueo del paso de las páginas. Se aprecian las realidades y se receta, sin saberlo, salidas para el dolor del alma. Cuánto nos hemos refugiado en la literatura para escapar. Mundos secretos que se nos revelaban y que no compartíamos con nadie y que siguen intactos.

Es una cuestión que siempre me atrajo. Olor a papel, lápiz, a goma y libro, desde que recuerdo y tenía oportunidad de acercarme a la librería Regia, en mi Jaén natal.

Recuerdo ese olor y orden cuando entraba, pero sobretodo el olor a papel y tinta. Aroma flotante en el lugar y donde un niño de de 8 años iba a comprar su goma de borrar, su lápiz o su primer bolígrafo, porque ya era mayor y le dejaban escribir con él.

Esos recuerdos me invadían y se me agolpaban en la cabeza y me rasgaban el dolor cuando entré por primera vez, buscando la explicación a la locura y al desenfreno y me llevé unas dosis de realidad en forma de volúmenes. Me resultaron la mejor de las medicinas que podían coser el daño interno que tenía. Dio comienzo a vivir lo que sentía como propio agonizando en sus páginas.

Pero como buen antídoto supo mal un principio. Fue dando cuerda a lo que posteriormente me obligó a volver. El olor a letra me confortaba dejándome llevar por la maestría de quien me atendía, y que sin conocerme ni saber más, me cocinó la poción que necesitaba para quitar la ponzoña que me atravesaba las entrañas.

Descubrí que lo mío no es mío, es la vida misma. Sorprendido como era capaz de darle explicación a lo que me pasaba, porque no quería más que entender. Y entendí que necesitaba comprender que en las palabras se encuentran los remedios, más que en las manos o en el puño.

La palabra escrita, cuando el dolor insoportable se me hacía imposible de superar, la devoraba con la avidez del que no ha comido desde hace demasiados días. Engullía esas horas inmerso en lo que me abría el paso de cada hoja de papel.

Una metáfora se transforma en una realidad cuando huele a curación. Bálsamo que atenúa el dolor de los huesos que han crujido.

Salir, hablar y volver a la cama, deseando darle forma onírica al último párrafo leído.

Mi héroe de la infancia y su oficio de escribir.

Gracias, @emiliolaral.

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