Desayuno con diamantes

José Fernando Pérez

Miedo humano

Tan natural. "Sed felices esta noche y soñad…"Qué disposición tan errática. Intentar absorber miedo y disimularlo con ese verso de Medina Azahara. Los largos paseos inacabados por la mañana en esa ratonera que supone el pasillo de cualquier hospital. Una habitación se ha convertido en una jaula de plata, donde se ha sufrido lo indecible. Quedaban pocos días para volver al quirófano. Esa mañana nos veíamos los dos apoyados en la pared del pasillo. Hablamos sobre la intervención programada que pretendía dar solución al problema grave que tienes, después de 7 meses del último ingreso. Gesticulando e intentando explicarte con los dedos de mis manos cómo está planeada y tú, agradeciéndome esa pastilla naranja que te prescribía hacía unos días. La que te hace distraerte, no pensar, no volver atrás. Ya te había tratado, hace algún tiempo, cuando estabas desahuciado, y pendías de un hilo después de dos intervenciones previas que erraron en su resultado final. A la desesperada y como úlltima oportunidad.

Comprobamos el desastre que la naturaleza nos presentaba e intentamos recomponerte, controlando el daño, maniobrando contra, otra vez más, la que te venía a buscar. Terminando con esa sensación de que no poder hacer más, y sin embargo saliste adelante. Con tiempo, no fue fácil. Constante en tu mejoría. Lento pero saliste, y contigo, salimos todos. Volviste. Las secuelas eran las que eran. Animado y contento y dispuesto a enfrentarte de nuevo, seguro de ti mismo y confiado en quienes te habían de tratar. Me animaba también porque te vi irte dos veces y dos veces cogiste mi mano y pudimos sacarte de un lodo que te envolvía. Sabías insuflarme esa necesidad vital, que por momentos necesitaba. Y volviste a caer, de esa manera que ya por desgracia has comprobado. Acelerado retroceso vital, aguantado por jirones de vida y resistiendo contra todo pronóstico. Una guardia cualquiera compartimos horas y horas mientras te desangrabas lentamente y yo intentaba recoger y reponerte lo que perdías. Era una lucha titánica entre la mente, el cuerpo, el deseo, la quemadura química, la táctica y la locura de un momento que se repetía en otro lugar, a otras horas y con el mismo resultado. Cráter que brotaba de tus entrañas. Achicharraba la piel sufrida y provocaba un manantial de desesperación en todos, 3 meses después de esa intervención que habría de suponer un antes y después en tu vida.

Difícil solución, por no decir imposible. Quizá hubiéramos tirado la toalla si no fuera por la decisión y determinación de M. La de Pepe, la tuya, la de tu mujer, haciendo buenas las palabras de Ernesto Sábato: "hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, no resignarse".

Lo hicimos. Lo conseguimos.

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