Migrañas

Nos aferramos a lo material, pero como además, no lo valoramos justamente, somos muy consumistasAlguien propuso que en el desembarco una orquesta tocara la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák

érase una vez un mar donde había un barco con aproximadamente seiscientas personas que querían irse de sus países. Pero ningún país de ese mar quería que el barco desembarcara en su puerto hasta que hubo un país que tenía un nuevo presidente que dijo que sí quería que desembarcaran en el suyo. Organizó una gran recepción con gran despliegue de medios de comunicación, que incluso modificó la emisión de un popular programa de radio que ya tenía preparado todo el programa para emitir a partir de las ocho y que se tuvo que adaptar a la retransmisión del esperado desembarco. Alguien propuso que podría ser acertado que en el desembarco una orquesta de cien músicos tocara la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák pero los responsables lo consideraron excesivo, no obstante mandaron un destacado contingente de medidas de seguridad, médicos, policías y todo tipo de medios humanos y materiales y una vez desembarcadas, atendidas, reconfortadas, revisadas y clasificadas nunca se volvió a saber más de esas aproximadamente seiscientas personas. Los acólitos y simpatizantes del nuevo presidente agasajaron y felicitaron al nuevo presidente y se congratularon del nuevo talante del nuevo gobierno.

El nuevo presidente dictaminó que a partir de entonces a las personas que querían irse de sus países no se las denominara ni inmigrantes ni emigrantes sino simplemente migrantes. No obstante siguieron empleando indistintamente la palabra migrante e inmigrante, siendo notoriamente odiados cuando utilizaban la palabra inmigrante por lo que se estableció como única palabra permitida la palabra migrante.

Hubo algunos meses después también aproximadamente seiscientas personas que también querían irse de sus países y para entrar al país del nuevo presidente, como una valla y no muchos guardias civiles se lo impedían, lanzaron cal viva, excrementos y orines sobre los guardias civiles y también lograron entrar en el país del nuevo presidente. Pero está vez no hubo retransmisión en directo, ni se interrumpió ningún programa de radio, ni hubo un gran despliegue de medios, ni a nadie se le ocurrió poner una orquesta de cien músicos para celebrar el evento, aunque al final se considerase excesivo.

Y el nuevo presidente, que hace poco había gastado miles de euros con un avión para ir a un concierto de música, no dijo ni hizo nada al respecto. Y colorín, colorado, este cuento todavía no se ha acabado.

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