Migrantes en la costa

Italia tiene sus motivos para quejarse de una situación que resulta difícilmente soportable para cualquier estado

Fondeado en el Mediterráneo, a pocas millas de las costas de Italia y Malta, pide permiso para atracar en cualquier puerto seguro el Aquarius, embarcación al mando de SOS Mediterranée y Médicos Sin Fronteras cargada de náufragos como los que un día sí y otro también huyen de la pobreza atravesando sus aguas de la manera más miserable. La asistencia inmediata de los más de seiscientos subsaharianos (casi una cuarta parte menores que viajan solos) que malviven allí es una cuestión resuelta sobradamente por la carta internacional de los derechos humanos y el derecho internacional, e incluso antes, más o menos cuando alguien conocido como Jesucristo asombró a su mundo con el sermón de la montaña.

Nada más que por lo anterior no comparto la postura del recién nombrado ministro del interior italiano, el líder ultraderechista Mateo Salvini y todo lo que esa forma de pensar conlleva. Como tampoco la postura complaciente, que pone cara de pena sin ofrecer solución alguna, de tanto gobernante europeo que ve el problema como ajeno y deja que los países más fronterizos carguen con él. La inmigración en masa hacia Europa desde África es un problema global y complejo, que debe ser tomado en consideración por la UE desde esta perspectiva, si no quiere abrir una nueva vía de agua en sus cacareados valores de la solidaridad y el respeto a la dignidad humana. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras, ni dejarse llevar por el suave rumor de la hipocresía: los italianos tienen sus motivos para quejarse de una situación que, si no se controla, resulta difícilmente soportable para cualquier estado.

Ante la gravedad del problema humano y la falta evidente de solidaridad de italianos y malteses en el caso del desdichado barco, el flamante Gobierno español ha estado rápido (desde luego, al tándem Sánchez-Redondo no se le va una…) ofreciendo el puerto de Valencia como destino seguro. Buena y aplaudida decisión, inteligente, humanitaria y justa. Pero que, si no quiere quedarse en sólo gesto o pose para la galería, obliga a quien la toma a perseverar en la misma dirección en asuntos más nuestros (las cuchillas de las vallas en Melilla, las condiciones de los CIE, las devoluciones en caliente…) y que no reportarán precisamente portadas de elogio en los principales medios del mundo. Y un buen test para demostrar que la política no depende necesariamente de mayorías.

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