La creciente radicalización política, con desafíos personalizados, a ver quién tiene más grande el ego, quien saca más cacerolas al pairo, quien moviliza o vocifera más, es una tendencia en aumento que va infectando, a celeridad viral, la paz social. Y que, además de revelar un preocupante déficit de cultura democrática, certifica una grave ineptitud de los líderes para apelar al diálogo como instrumento político, para negociar, comprometiéndose, logrando aquí, cediendo allá, descartando arbitrios intempestivos, en aras de políticas cuyo objetivo, más allá de los intereses partidistas a corto, sea encontrar fórmulas que alumbren cómo progresar juntos a largo. Un sesgo que además evidencia una patente inmadurez de los partidos y sus asesores, que son los que, al cabo marcan el talante de sus líderes (narcisismos aparte). Y unos talantes que, con patético afán, deshonran el pilar basilar del sistema democrático: reconocerse y respetarse en la discrepancia como interlocutores en orden a garantizar el bien común.

Viene la reflexión a cuento de la furibundia orquestada contra Ciudadanos (Cs), a resultas de su apoyo, ocasional y razonado, a la prórroga del Estado de Alarma por el Psoe, este miércoles. Un apoyo que sin embargo aplaudo por lo que de retorno supone de Cs al papel de movimiento de centro liberal y de progreso que inspiró su nacimiento. Una actitud valiente al optar, como algún día sugirió F. Savater en El País, por lo que ha creído mejor, aunque lo propusiera el diablo. Ese es el Cs que se echaba en falta.

Y con el mismo énfasis con el que antaño reproché a A. Rivera su esclerosis, al apalancar sus votos en una anacrónica trinchera antisanchista, hoy ovaciono a I. Arrimadas por su esfuerzo negociador y su arrojo en apoyar, a despecho de descréditos lo que, a falta de certezas categóricas, puede que sea lo menos malo entre lo posible: otra prórroga de la alarma, limitada y vigilada. Una apuesta dialogante que ahora, cuando hay quien fomenta, primaria e irresponsablemente, las políticas del odio al otro, es más necesario que nunca vindicar, desde el anhelo liberal por la tolerancia, el rechazo de la polarización y la ejemplarización de la civilidad, como vectores de la convivencia. Qué quieren, me ilusiona que, por fin, en este país haya quien condene la alianza seducea con Bildu y, a pesar de ello, no se arrugue para seguir negociando por mejorar el futuro.

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