Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Morán

El ministro de Exteriores del Gobierno de González en 1982 tenía 56 años y me parecía un señor muy mayor

Hablemos bien del muerto y no tanto -o directamente mal- del vivo. El muerto no puede defenderse, el vivo sí. Salvo que se crea en los fantasmas y uno se acojone con la posibilidad de esas apariciones que no dejan dormir. De los muertos mejor no decir nada si cabe la opción de ponerlos a caldo. Que en más de un caso es lo que merecen. ¿Pero para qué dedicar un obituario a recordar vilezas? Se fue y ya está. Otra cosa son esas necrológicas que nos quieren hacer ver a un difunto como alguien amable y abnegado cuando en vida no fue más que un cabronías vago, avariento y bravucón. Que las hay. Hace muchos años, en medio del panegírico con el que el sacerdote que oficiaba el funeral ensalzaba las que consideraba virtudes del que estaba tieso en el cajón, quien estaba a mi lado me susurró al oído: "El cura dirá lo que quiera pero X era un hijoputa". Me pregunté qué estaba haciendo esa persona ahí. Por cumplir, que se dice -o temiendo que pasaran lista y él no estuviera-, pero también me acordé de algo que escribió Bernhard: "La muerte no debe corregir en modo alguno la imagen que tenemos de alguien".

Su muerte no me lleva a modificar la imagen que siempre tuve de Fernando Morán, un tipo que cuando llegó al Gobierno en 1982 tenía menos años de los que yo tengo ahora, y sin embargo me parecía un señor muy mayor (no en vano era de la quinta de mi padre). Es lo que yo soy ahora para los que tienen veinte. Y probablemente por ese motivo me debió parecer, de todos los que se fotografiaron en las escalinatas de La Moncloa como el primer Gobierno de Felipe González, el más ministro: su imagen era la menos distorsionadora con lo conocido, con lo anterior. Pero afortunadamente no tenía nada que ver con eso. Usó del bagaje con el que llegaba lo imprescindible al frente de Exteriores, desde donde tuvo un papel clave a la hora de encontrar para España un lugar del que había carecido hasta entonces en el escenario internacional. Y como era el abuelo, fue el objeto de la coña. ¿Se acuerdan de los chistes sobre Morán? Los había corrosivos, basados en la supuesta chochera de... ¡un hombre que aún no había cumplido los sesenta cuando salió del Ejecutivo!

Yo también me reí con algunos de aquellos chascarrillos (lo dicho, era un niñato de veinte tacos). A veces veo a los ministros de ahora. No estoy muy al tanto de los chistes que se hagan sobre ellos. Supongo que será en las redes sociales. Ya me coge muy mayor. Y con éstos es imposible reírse. No les veo la más mínima gracia. Hasta para eso hay que servir.

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