Muerte en el contenedor

Los convencimientos firmes y sencillos son más efectivos y honestos que la aparatosidad hipócrita y mediática

El día antes de cumplir ochenta años, una muerte tan natural como imprevista -lo natural no siempre es previsible aunque se pueda imaginar- acabó con los días de un anciano convencido de la necesidad de dejar un mundo mejor a los hijos. Por eso practicaba hábitos tan cívicos como el de clasificar los residuos de casa para depositarlos en los contenedores correspondientes. Podría pensarse que la muerte es caprichosa -Saramago compuso las páginas de Las intermitencias de la muerte con esa creativa idea- y que el anciano figuraba en la repleta agenda de la parca, pese a que el desenlace con que la encontró parezca inesperado como fatídico término de sus días. Pocos meses antes, dos de sus nietos, en plena juventud, no se libraron de la recluta mortal, todavía más dura cuando ocurre a destiempo. Uno de ellos, por colisión con un conductor kamikaze que circulaba en sentido contrario, en esta manera del infortunio en modo alguno natural ni previsible. Acaso el infarto de un anciano sí, aunque sea después de dirigirse, acompañado por su perra, en el corto paseo de una rutina doméstica, hacia los contenedores del barrio para repartir las bolsas con los residuos. De vuelta a casa, José María, tal vez por ser metódico y reflexivo en sus quehaceres domésticos, comentó con Pepa, su mujer, que dudaba sobre si había depositado una de las bolsas en el contenedor que correspondía. Y aunque ella le aconsejó que no volviera a bajar, así lo hizo porque la muerte, ya se dijo, tiene sus fatales caprichos. Hábitos como el de José María, por sencillos y limitados que resulten, tienen más valor que las instrumentalizaciones de la causa medioambiental por tantos activistas no pocas veces delatados por la hipocresía. Incluso denuncias o campañas, como las protagonizadas por una adolescente gruñona y desairada, se ponen en cuestión por su aparatosidad propagandística. Claro que buena parte del respaldo o la acogida a tan singular activista se deben a una desviación, en el cuidado de los asuntos de alcance mundial, a medias entre la "paidocracia" y el infantilismo. Entre un gobierno, e incluso tiranía, de los niños, y la persistencia de juicios mentales infantiles en la edad adulta. Aunque vecinos de Talavera de la Reina hayan ofrecido a la mediática militante medioambiental un burro bien criado para sus desplazamientos terrestres.

El firme y sencillo convencimiento de José María es más efectivo y honesto, más natural como su imprevista muerte junto a un contenedor.

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