Mundial deslocalizado

Más que de universalidad del atletismo, conviene hablar de deslocalización deportiva para hacer caja

El pasado domingo se clausuró el XVII Campeonato Mundial de Atletismo en Doha, la capital de Qatar, ese Estados soberano que geográficamente parece una verruga de la península arábiga. Las condiciones y los riesgos a que han sido expuestos muchos atletas, especialmente los participantes en pruebas como el maratón, de gran distancia y con recorrido fuera del imponente y vacío Khalifa Stadium, dan para la indignación y la vergüenza, aunque la Federación Internacional de Atletismo haga un halagüeño y triunfal balance, consideradas las marcas, medallas, récords y, también, el equipamiento y las prestaciones del magnífico estadio donde se ha desarrollado este Mundial de Atletismo. Es más, argumentan algunos prebostes del atletismo la universalidad de este, a fin de justificar la elección de Doha como sede de la concluida edición del Mundial, cuando mejor sería dar pública cuenta de las ingentes aportaciones económicas que el gobierno qatarí habrá puesto encima de la mesa para sacar provecho del evento. Sin embargo, el transcurso de las jornadas ha permitido comprobar que en buena parte de las pruebas no se trataba de competir, sino de sobrevivir, de una competencia por la supervivencia que es del todo ajena a la naturaleza de una competición de atletismo. Además, en el nefasto balance del desarrollo del Mundial también figura la inasistencia de espectadores, que se hizo especialmente apreciable en la final de una de las pruebas más señaladas: los 100 metros lisos, con una sexta mejor marca de la historia (9.76 segundos), aunque no haya hecho olvidar el record mundial del jamaicano Usain Bolt (9,58). Espectáculo deportivo que solo contemplaron en el estadio cinco mil espectadores de los casi cincuenta mil que puede acoger su aforo, en un ambiente nada estimulante, sin esa confabulación animosa de un estadio que vibra con las proezas atléticas, como es habitual en estas competiciones mundiales. Luego más que de universalidad del atletismo, como socorrida excusa para hacer caja, conviene hablar de deslocalización deportiva, justificada por el máximo beneficio, sin reparar como se debe en las condiciones para lograrlo. Ya ha ocurrido así con otras competiciones finales o trofeos futboleros y Qatar se ha hecho además con la Copa del Mundo de fútbol que se disputará en 2022. Una verruga arábiga, sí, ese pequeño Estado con mayor renta per cápita del planeta y cuyos ciudadanos no pagan ningún impuesto ni son aficionados al atletismo.

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