Navidad de esperanza y fe

¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento? La respuesta procede de un Dios que se implica en el dolor

Durante los últimos meses, que parecen todos sus días un Sábado Santo, día de la sepultura de Dios, en las que el coronavirus ha provocado tanta muerte y sufrimiento por el mundo. El horizonte de la muerte nos suscita la pregunta sobre la vida. ¿Por qué Señor? ¿Por qué Dios permite tanto sufrimiento? pero la respuesta solo puede proceder de un Dios que se implica en el dolor y que nos dice: "Yo estoy con vosotros, Yo estoy, no temáis".

Incluso los que no tienen fe, le pedimos explicaciones ante el dolor, acusando a Dios, porque no hemos entendido que la vida es un don único, sagrado, no una prueba imposible a la que Dios nos somete y unos a otros no nos podemos dar coraje ni repuestas al santuario de la razón, ante tanta angustia. ¿Qué sería un mundo en el que reinase el amor, la justicia, la bondad, la comunión, la verdad, la belleza?

Tras diez largos meses de sepulcral silencio y quietud espiritual, solo alcanza el consuelo de Dios, palabra de vida eterna, porque cuando ves tan cerca la ultratumba por culpa de un microorganismo, te das cuenta que lo peor de todo es la falta de sentido de la vida y no solo aspirar a tener salud, de sobresalto en sobresalto, envueltos en una cultura de muerte, un mundo roto, ocultando a nuestra vida la enfermedad y la muerte, vivir para sobrevivir sin la auténtica plenitud del amor.

Nuestra esperanza para afrontar la vida y la muerte no es solo la vacuna, otras enfermedades esperan igual antídoto farmacológico a su padecimiento, nuestra esperanza ahora que llega la Navidad, el Hijo de Dios que nació en Belén y que resucitó en el Calvario, hay que levantar la mirada para que el dolor no caiga en el vacío, eliminando a Dios de nuestro horizonte, acusándolo en vez de con el amor y la verdad, llegar a la conversión por ser una alerta este desastre para abrirnos los ojos de la realidad ante un camino que nos lleva hacia el abismo y no seguir en la mentira de la desesperanza.

A la luz de lo eterno se ven las cosas desde su verdad, y quien mira la vida con el sello del amor de la fe no muere y, si muere, será para entrar en la vida eterna. Esta es nuestra esperanza: la luz radiante de la Navidad; el Único que puede en el ocaso de la tarde de la vida, que pasa en la soledad silenciosa de la noche oscura de negro ruan, quede el amor infinito para entrar en la vida eterna. «Acuérdate, Señor, de tus hijos que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz».

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