La Navidad soy yo

Por el camino que vamos se hacen muy lejanas las pascuas cuya llegada suponía el fin de la espera para comer o beber

Estaría bien que las empresas que se publicitan en estas fechas se dejaran de tanto eufemismo y usaran como consigna de reclamo el título de este artículo. Así, sin más pamplinas. Porque en el fondo todos lo acaban diciendo como sin querer decirlo. No hay navidad sin este o sin aquel y lo más galopante es que cada vez hay más este o aquel que se sube al carro de ser la esencia y el espíritu mismo del pesebre de Belén o de Papá Noel, eso ya irá en función del estilo al que quiera suscribirse la marca. Cada año son más los productos indispensables a los que no debemos renunciar si queremos una navidad plena y feliz, y lo peor es que, como la gota que va horadando la piedra, así acabamos nosotros también por ceder al cuento y convencernos de que sin esto o aquello nuestras pascuas se quedan incompletas. ¿A qué sabe la navidad? ¿A qué huelen las nubes? ¿En qué se mide la felicidad? Pues a lo que los publicistas digan, ¡claro que sí!, y si dicen que la navidad sabe a mazapán deconstruido, huele a leña quemada y se mide en sillas, pobre de tu Noche Buena si eres alérgico a los frutos secos, careces de chimenea y tienes más convidados que sillas. Con tantos imprescindibles para hacer que tus fiestas sean perfectas no es de extrañar que reventemos los botones del pantalón antes incluso de hartarnos a polvorones, amén de ir saqueando la cuenta corriente desde el mes de octubre no sea que después nos falte una peladilla que añadir a la mesa.

Por el camino que vamos se hacen ya muy lejanas las pascuas cuya llegada suponía el fin de la espera para comer o beber aquello casi prohibitivo el resto del año. Es más, tan siquiera pensar en esos tiempos remotos te puede granjear el apelativo de rancio nostálgico. Pero no, no es una evocación a épocas de magras despensas, sino un recordar que celebrar entonces la navidad tendría todo el agobio, el nerviosismo y la preocupación porque las cosas salieran bien (o, por lo menos, no se descontrolaran demasiado) que tendrán hoy, pero sin el añadido de volverte loco para elegir y, aún más, acertar entre tanta marca autoproclamada como estandarte de fechas entrañables, incluida la sempiterna cocacola, que lo mismo vale para un roto que para un descosido. La navidad de hoy cada vez me recuerda más al decadente Imperio Romano y me lleva a pensar que, así pasen otros dos mil años, seguiremos girando sobre nuestro insaciable eje como una peonza.

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