Se levantó aún adormecida a consecuencia de la mala noche que había pasado. Cuando se miró en el espejo despertó de sopetón, le costó reconocerse en aquel rostro entumecido, y sus ojos enrojecidos, adornados por unas magníficas ojeras bajo ellos, le dieron la puntilla. Se preguntó cómo había podido llegar a un estado tan lamentable en tan poco tiempo. Se dirigió hacia la cocina, necesitaba un café, cuanto más fuerte y caliente mejor. Miró con tristeza la fotografía que enmarcaba un momento tan feliz como remoto, allí estaban los dos, en aquel barco de su amigo Pedro, el verano en el que se conocieron, apenas tres años atrás y parecía que había transcurrido un siglo. Sonrió al recordar esos momentos, fue un flechazo para los dos, en cuanto lo vio supo que sería su pareja de baile, en el vals de la vida que prometía ser el futuro con él. A partir de ahí, todo se desarrolló como en un sueño, los días y las noches se sucedían calmas, llenas de planes, y colmadas de la dicha de compartir cada momento, de respirar el aire de su boca, y mirarse en el fondo de sus ojos. Crearon su nido llevando las briznas de paja en sus picos, aunque puestos a decir verdad fue dando viajes al IKEA de Murcia o al de Málaga, pero era más romántica la imagen de dos palomas, que la de aquella furgoneta que le prestó un amigo, y que llenaban de cajas hasta parecer que iban a cruzar el estrecho en pleno mes de agosto. Esos recuerdos le sacaron una media sonrisa, entera era imposible, llevaba más de dos meses sin dormir dos horas seguidas. Las noches eran de traca, al principio fue soportable, incluso se despertaba sonriendo embobada al mirar a su cachorro buscando en la oscuridad el pezón donde engancharse y calmar su hambre. Sin embargo, descansar se estaba convirtiendo en misión imposible, tanto, que a veces se dormía con él entre los brazos, despertándose dando un "repullo", al pensar que se le podía haber atragantado y ella no se habría dado cuenta. En esos momentos de agotamiento, miraba a su "palomo" con una mezcla de ternura y rabia, sin que pudiese dilucidar en qué porcentaje sentía una y otra. Dormía a pierna suelta, sin que le agitase el sueño sus continuos vaivenes al coger de la cuna al bebé, cambiarle el pañal, o mecerlo entre los brazos, apoyada en la almohada, la misma en la que él apretaba su rostro para que no le molestase la luz. Nadie la había alertado antes, siempre había visto padres arrobados paseando a sus bebés, con una sonrisa bobalicona entre los labios cuando alguien les decía cuanto se parecían a ellos, pero las ojeras estaban disimuladas con maquillaje y agua fresquita. A veces pensaba si no sería una revancha inconsciente de las que ya habían sido madres, nada le dijeron de los vientres dilatados como acordeones abandonados en pleno concierto, pechos hinchados, y noches sin fin, en las que venderían su alma por tres horas seguidas de sueño. Se tomó el café bien cargado, y sentada en el sillón situado junto a la ventana del salón, disfrutó de aquel amanecer brumoso y gris. Nunca sospechó que un solo instante de paz pudiese proporcionar tanta felicidad. Se adormeció arrullada por los pájaros que despertaban alborozados, hasta que un ruidito imperceptible la sacó de su ensoñación, fue hasta el dormitorio y allí estaban: uno en los brazos del otro, sonriendo y mirándose profundamente a los ojos. La recién estrenada mamá, envidiosa, colocó sus labios colmados de besos sobre sus rostros.

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