Los meteorólogos -tanto los profesionales como los aficionados- llevan quince días calentándonos los cascos con lo de las noches tropicales. Los telediarios ilustran las noticias con personas abrumadas por el sudor, abanicándose desatados y asomados al balcón boqueando como los peces fuera del agua. Otras escenas nos muestran, por ejemplo, la plaza de las Tendillas de Córdoba con la gente chapoteando en los originales surtidores del suelo. Mientras, la cámara enfoca un termómetro del "mobiliario urbano" -que como sabemos no hay dos que den la misma cifra- y encima a pleno sol para que veamos que hay cincuenta y tantos grados.

El término noche tropical se ha puesto de moda, aunque no se sabe quién lo inventó, y se refiere a las noches en que las temperaturas no bajan de veinte grados. El que inventó el término y los que lo difunden, ¿en qué trópico habrán estado? En Almería y en casi toda la costa sur y este española, es difícil que una noche de verano -en sentido amplio, de mayo a octubre- tengamos algún rato con menos de veinte grados. Aquí, con veinte grados tiene uno que echarse una sábana por encima.

Para nosotros -hijos desheredados del franquismo- noche tropical es igual a noche voluptuosa. Pongámonos en situación: película americana que se desarrolla en África, en la India, en Brasil o en Singapur. El escenario puede ser una cabaña en Tanganika, un tugurio en un puerto de Birmania o La Habana, o un cayo de Florida; a veces hasta un palacio en Jaipur. La protagonista suele ser una mujer de mal vivir que quiere redimirse por el amor. Por el amor de un individuo muy varonil, en algunos caso incluso violento: Clark Gable dudando entre Ava Gardner y Grace Kelly en "Mogambo", Glenn Ford arreándole una leche a Rita Hayworth en "Gilda", Humphrey Bogart vacilando con Mary Astor en "El halcón maltés". Seguro que habrá también directores europeos con historias de este cariz, pero ahora sólo no acordamos de Ingmar Bergman que sacaba a la muerte jugando al ajedrez con Max von Sydow en El séptimo sello. O, en todo caso, de las película "indias" de Fritz Lang en las que el apuesto ingeniero Paul Hubschmidt salvaba a la exótica Debra Paget de las asechanzas del maharajá en "La Tumba india" y "El tigre de Esnapur". Aquellas sí que eran noches tropicales. Además de calor y sudor, estaban plagadas de tabaco, alcohol y sexo. Y no como las del telediario, repletas de paellas en el chiringuito, señores barrigones y "conchas" forgeanas.

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