Carta del Director/Luz de cobre

Nueva y vieja normalidad

En la burbuja del confinamiento hemos dejado de caminar por la cuerda de funambulista que es nuestra existencia

Si es usted de los que le gustaría volver a confinarse, bienvenido al club. Son muchos, somos muchos, los que hemos recuperado cierta normalidad en nuestras vidas y cuando te giras y vuelves la cabeza te das cuenta de que has regresado a lo que tenías, a la misma vida monocromática de antes, al blanco y negro con escasas variaciones. Vamos, que está usted situado en lo que se conoce como el 'síndrome de la cabaña', un término acuñado por el periodista Isaac Rosa, que con seguridad tiene poco de científico, pero si alberga demasiados pensamientos y sentimientos que a poco que nos paremos y miremos en derredor los percibimos reflejados en los rostros de quienes nos acompañan en esta nueva cotidianidad. Lo cierto es que al vivir en esa burbuja de confort que ha sido nuestra casa, nuestra cabaña, hemos dejado aparcadas, -llamémosles así-, algunas de nuestras actividades que nos hacían sentir imperfectos, débiles, vulnerables, siempre con miedo a recorrer la cuerda tensa de funambulista que es nuestra existencia. Y claro, cuando nos sentamos para hacer balance de cómo era nuestra vida en el mes de febrero y como es en el mes de junio, con el verano ya soplando calor y sudor en nuestros cogotes, descubrimos que la nueva normalidad es la vieja normalidad, aunque con pequeños detalles que no van más allá de la mascarilla, la distancia social respetada, el gel de manos para desinfectarte y poco más. El resto es la "vida de mierda" en la que parece o creemos que estamos instalados de forma permanente y que se había convertido en la lanzadera de nuestra felicidad y que ahora, visto con sorna, vemos que sigue siendo la misma de hace cuatro meses; la misma que vamos a disfrutar -nunca diría padecer- el resto de nuestra existencia. La misma que debemos valorar de forma positiva, sin dobleces, con quejas por supuesto, con lamentos en alguna que otra ocasión, pero una vida plagada de buenos momentos que antes no sabíamos valorar y que ahora, confirmo, a buen seguro que tampoco lo haremos. Ya no nos alivia pensar que somos más libres, como antes; que no vamos a dedicar ni un solo momento del día a pensar en el coronavirus, como antes; que podemos abrazar a nuestros familiares, aunque sea con los codos y con distancia, como antes y que, por fortuna, nos hemos liberado de la soledad extrema que ha cohabitado con nosotros este tiempo de pandemia. Pues con todo, ya les digo que recuperar la normalidad, la vieja normalidad, tan sólo nos ha alegrado el minuto que ha pasado cuando se ha cambiado de una fase a otra. Así somos los humanos. Regresamos, mal que nos pese, a esa normalidad antigua, a esa normalidad plagada de trampas, a esa normalidad fuera de la cabaña. A la vida, en definitiva, a una vida con mil y un problemas, pero a la vida. Y a mí, que quieren que les diga, me parece mucho y maravillosa.

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