HA levantado mucho revuelo lo que ha dicho sobre la guerra justa el presidente Obama cuando ha ido a recoger su prematuro Premio Nobel de la Paz. ¿Un Nobel de la Paz que mantiene dos guerras en tierras lejanas y las defiende en la ceremonia de entrega? Una paradoja.

Si vis pacem, para bellum, decían los romanos. Si quieres la paz, prepara la guerra. A esta máxima parece atenerse Barack Obama, que trata de salir airosamente de una guerra heredada, la de Iraq, y no duda en mandar más tropas a otra guerra, la de Afganistán. Al mismo tiempo, es consciente de que la guerra es una gran tragedia siempre. Una atrocidad compartida por todos los bandos. Quizás recuerda a Winston Churchill: "La guerra es mala, pero la esclavitud es peor".

Dos ejemplos de guerra necesaria ha puesto en su discurso de Oslo. Uno, reciente, que ningún movimiento no violento hubiera podido frenar a Hitler. Sin declararle la guerra a la Alemania nazi, y derrotarla causando y sufriendo millones de muertos, muchos más millones de personas de Europa y del mundo seríamos ahora esclavos sometidos al terror. El otro, actual, que ninguna negociación lograría convencer a Ben Laden de que se entregue y a Al Qaeda de que abandone las armas. Se pueden encontrar muchos más. Desde el principio de los tiempos muchos hombres han tenido que guerrear en defensa de sus vidas y su libertad. No es lo mismo la guerra de los opresores que la guerra de los oprimidos, aunque en las dos se mata y se muere y las dos destruyen la inocencia de todos.

Pero resulta trágicamente difícil dilucidar cuándo una guerra es justa y cuándo no. Los que la desatan creen, por sistema, que la suya lo es. Hay que buscar una instancia mínimamente objetiva que lo establezca, y en la sociedad contemporánea esa instancia no puede ser sino la comunidad internacional organizada, es decir, la Organización de Naciones Unidas, cuya carta fundacional recoge el derecho de intervención militar en determinadas circunstancias. La ONU tiene muchos defectos, pero es lo más parecido con que contamos a un gobierno mundial. Un mal menor, siempre mejor para decidir sobre la guerra que la voluntad unilateral de los contendientes. Luego está lo que podríamos llamar la "legalidad" en el ejercicio de la guerra, una serie de convenios que obligan a no asesinar civiles, no torturar a los prisioneros, etcétera. Otra convención, moral y jurídica, legitima a quienes se defienden violentamente en sus países de la violencia de los invasores.

Obama, al recoger su Nobel de la Paz mientras mantiene dos guerras, ha resucitado un debate que no tiene fin. ¿Y cómo va a tenerlo si las guerras, todas, son horribles? Casi lo peor.

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