Octubre, octubre

En los días más desquiciados del 'procés' podría haber ocurrido una tragedia, pero tuvimos suerte, mucha suerte

Cuesta entender que hace cinco años, en octubre del 2017, este inverosímil país que aún llamamos España vivió los días más desquiciados del proceso independentista catalán. Tiempo después, el Tribunal Supremo dictaminó que todo lo que ocurrió en aquellos días de octubre había sido "una ensoñación", pero yo recuerdo la angustia con que vivimos aquello los cuatro idiotas -no somos muchos más- a los que nos preocupa el destino de nuestro país, si es que todavía podemos llamarlo así. España es el único país del mundo donde buena parte de la izquierda se niega a pronunciar el nombre mismo de "España", tal vez por miedo a contraer una dolencia incurable o una tara moral. Por eso se vivió con una singular indiferencia todo lo que pasaba en Cataluña. Y por eso nadie pareció preocuparse mucho cuando nuestro país estuvo a punto de irse al garete. Siempre me he preguntado qué habría ocurrido si alguno de los policías antidisturbios que tuvieron que alojarse en hotelitos rurales por falta de alojamiento, después de una larga jornada de trabajo entre insultos y escupitajos, hubiera disparado contra la masa de zombis fanáticos que los acosaba desde la calle. En Bosnia, la guerra civil empezó con un confuso tiroteo entre mafiosos a la salida de una boda. A veces basta un incidente idiota para que todo salte por los aires. Y nosotros tuvimos suerte, mucha suerte. Pero podría haber ocurrido una tragedia. Faltó muy poco.

Probablemente ya nadie se acuerde de ello, pero más de 400 empresas importantes abandonaron Cataluña y se establecieron en otro lugar de España. Lo curioso es que ninguno de estos empresarios abrió la boca cuando todavía había tiempo de criticar el procés. No, para nada: todo el mundo -y estamos hablando de la élite económica del país- se calló y miró para otro lado, tanto en Cataluña como en el resto de España. Ni un banquero, ni un empresario, ni un rector de universidad, ni un deportista de élite o un solo intelectual -hubo pocas excepciones: Javier Marías fue una de ellas- se atrevió a abrir la boca para denunciar la locura del procés. Fue una reacción unánime y casi todo el mundo se estuvo quietecito. ¿Por cálculo? ¿Por cobardía? ¿Por vergüenza? Supongo que hubo de todo. Pero las élites de nuestro país dieron una imagen de cobardía espantosa. Lo repito, espantosa. Y son las que todavía mandan

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