Oculto desvío

Que el mal menor, el mayor bien posible, nos libre del oculto desvío de la vida, de la coyuntura torcida de los días

El que, a veces, sea mejor o convenga más dejar las cosas como están suele confundirse con la acomodación o incluso con la socorrida pero alicorta preferencia por el mal menor. Saramago, sin embargo, recomienda ese mantenimiento de las cosas para que no tome las riendas un cierto fatalismo que nos acompaña desde el nacer. Así lo escribió: "Hay cosas que es preferible dejar como están y ser como son, porque en caso contrario se corre el peligro de que los otros se den cuenta, y, lo que es peor, que percibamos también nosotros a través de los ojos de los otros ese oculto desvío que nos torció a todos al nacer y que espera, mordiéndose las uñas de impaciencia, el día en que pueda mostrarse y anunciarse". Cierto es que así se dice a propósito del argumento de una novela, El hombre duplicado, donde el escritor se vale del juego de las identidades ante dos hombres que, siendo idénticos, no pueden ser únicos por duplicados.

El mal menor -también conocido como el mayor bien posible- es la necesidad de elegir, ante una ineludible obligación de actuar, una opción que provoca un daño atemperado cuando nada puede ser propicio. Criterio riesgoso, entonces, porque entre males anda la decisión y acaso estos días de censura política -la que hoy se dirime- presten oportunidad al ejercicio de tal criterio. Si en el argumento de Saramago mantener el estado de las cosas era una brida al fatalismo, más difícil resulta hacer conjeturas en la palestra política sobre ese "oculto desvío" de la vida que, puesto en tesitura política, es menos categórico y más debido a las coyunturas del interés, al desenlace de las estrategias, al concurso del oportunismo.

Pero dejemos las trifulcas censoras al escrutinio de los tertulianos banderizos porque el nobel portugués sugiere una acomodación controvertida, producto de ese peliagudo mal menor si es que, como sostiene, la vida que se nos dio con el nacer esconde una predeterminación infausta -el "oculto desvío"- ante la que preferible es cuidar tanto el modo en que las cosas estén, como, sobre todo, el modo en que las cosas sean, conocida esa distinta naturaleza del ser y del estar. Se advierte, además, el concurso de la apariencia, dado el peligro que Saramago apunta cuando los otros la descubran. Y es que la alteridad, la condición de ser otro, viene a propósito de ese juego del hombre duplicado que ni es uno ni es otro. En fin, que el mal menor nos libre del oculto desvío, de la coyuntura -no se ha dicho censura- torcida.

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