Olor a noche

Los ciudadanos apuran la última copa veraniega pensando felices en el momento de ahora

Por fin en nuestro afán por acabar con todo hemos acabado con las noches. Astronómicamente siguen existiendo pero ya está todo el mundo dormidito en su cama, controladito, sin desmadrarse en las interminables noches de farra y vicio. Los poderosos se han dado cuenta de que es mejor así, con incertidumbres, si no hay ninguna amenaza no hay discursos. En resumen, que todo vaya bien es un asco. Pero de momento hemos acabado con las noches mientras pensamos como acabar también con los días. Los ciudadanos apuran la última copa veraniega pensando felices en el momento de ahora. Mientras tanto e inexplicablemente se siguen editando libros (tendremos que ver como nos cargamos esto también), libros como el de Manuel Vicent, ya que no han podido acabar con los que recuerdan, ficcionan, esparcen un aroma literario añejo de lo que ya no existe y no existirá jamás. Manuel Vicent, al que leo religiosamente cada domingo, rememora y ficciona en su nueva novela de título sugerente, Ava en la noche, lo que nunca será nunca jamás, las noches, las actrices borrachas, los asesinos con charmé y asuntos sucios de dinero y noche, de vicios y deudas que acaban en juicios a los que cineastas gordos compran el sitio para ver en primera fila. De cineastas de cine extinguido en esta cultura imposible. De cafés con tertulias y recuerdos. Antes la gente iba a tertulias y fumaba puros, los asesinos asesinaban para poder tener más dinero para quemar las noches y hoy los policías persiguen personas sin mascarilla. A las tertulias iban cineastas gordos que también escribían y hacían cine porque había miles de cines, al menos uno en cada pueblo y la gente iba a fumar, comer pipas y tirar las cáscaras al suelo y meterse mano. Ahora en los pocos cines que quedan en las capitales, casi todos en impersonales y monetarios centros comerciales, proyectan sucedáneos de películas y además ya no hay toreros con escritores barrigones admiradores. Las escasas fiestas son o bien cuna de rebrotes o bien cuna de escandalosos atentados sexuales sin literatura. Ya nada da para una película por eso cada vez hay más películas de superhéroes, remakes falsos y arrogantes o biopics baratos. Ya no hay actrices que queman la noche española, ya no arde Madrid, ya solo lo ficcionan juglares de perilla cana, ya la noche no huele a nada, se ha perdido el sentido del olfato, en este afán oportunista para acabar con todo.

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