La PALABRA COMO VIRTUD

Al fin y al cabo, la palabra como la virtud es una distinción que difícilmente se puede apreciar en los demás

El ser humano ha perdido la conciencia de que cuando verbalizamos algo, algún sentimiento o idea, lo que realmente estamos haciendo es ceder parte de nuestra alma a la otra persona. Lo que realmente estamos acometiendo es la entrega total de esa parte del ser que nos pertenece y que, de una forma u otra, compartimos con el otro ser. Esto que puede parecer asunto o menester de otros tiempos, no está tan mal encaminado, si lo relacionamos entre el hecho en potencia -la palabra- y el hecho en acto -la voluntad-. Pues a través de la palabra, el ser humano edifica su universo más inmediato, así como la construcción del propio ser. Así, el lenguaje no deja de ser más de lo que es: la plasmación de una serie de intenciones por parte de un ser humano que en un momento dado revela sus secretos más íntimos, confiesa sus mundos interiores más secretos, en pro de la verdad y de la integridad del propio ser.

A través de la palabra descubrimos lo que es capaz de hacer un ser humano. Su capacidad de dar o compartir con los demás sin recibir nada a cambio. O su intensión de cobrar lo presupuestado. No hablo de la caridad, ni tampoco de la ambición, sino de la necesidad de las personas de tener como hábito la virtud o la generosidad de convidar o/y verse compensado.

Con los tiempos que corren, el ser ha perdido el verdadero valor de la palabra. Ya no retomamos, como antaño, a las conversaciones con aquellos a los que amamos, con aquellos a los que respetábamos, con aquellos con los que aprendíamos. Atrás han quedado aquellas charlas donde ofrecíamos el pan y el trigo. Donde nos dejábamos en cada gesto, en cada mirada, en cada exhalación.

Al fin y al cabo, la palabra como la virtud es una distinción que difícilmente se puede apreciar en los demás. Quizás, porque hemos perdido el respeto y el interés por nuestros congéneres. Porque les hemos desposeído del verdadero valor que presupone que tiene el ser humano. Quizás, porque cada día somos más conocedores de nuestras miserias como individuos. Quizás, porque ya no valoramos lo que realmente es importante en esta vida, el signo de una historia que se escribe con la humillación de los vencidos.

Hemos perdido la conciencia de la importancia de la palabra. La misma que se erguía como la intensidad con la que se vivía la virtud y la integridad de nuestros actos. Quizás, porque ya poco o nada sirve el ser humano, como garantía de nada ni de nadie, cuando es el sistema el que se encarga de recordarnos quiénes somos, para qué estamos y para qué nos quieren.

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