Hay una ofensiva del PCE contra la impunidad de los crímenes del franquismo. Lleva la voz cantante su secretario general, Enrique Santiago, portavoz adjunto de Unidas Podemos en el Congreso y secretario de Estado. Sostiene que las enmiendas de los partidos del Gobierno a la ley de Memoria Democrática pretenden reparar los abusos de la dictadura, que esos delitos no prescriben y que la comunidad internacional saluda la iniciativa. E intenta explicar que no se modifica la ley de amnistía defendida por su partido en las Cortes Constituyentes. Pablo Iglesias ha dejado huella, la izquierda posmoderna supone que la Transición y el régimen del 78 fue una sumisión ante los herederos del dictador.

El jefe del PCE y el ministro socialista Bolaños dan versiones contradictorias sobre el tema, pero peor es la incoherencia. El año pasado, tras las elecciones en Bielorrusia que la comunidad internacional y los defensores de derechos humanos consideraron fraudulentas, el PCE sostuvo que el régimen autoritario de Alekxandr Lukashenko era víctima de un viejo plan de Washington y Bruselas para desestabilizar el país. En la página web del PCE puede leerse que el imperialismo mundial persigue con una "cruel campaña mediática" a Daniel Ortega, que se habría impuesto en las recientes elecciones de Nicaragua a intentonas golpistas. O que las marchas pacíficas de Cuba serían una injerencia de Estados Unidos contra el legítimo gobierno de la isla. El PCE tiene una doble vara de medir.

La contribución del Partido a la instauración de la democracia en España fue valiosa. Después vinieron tiempos peores; la caída del muro de Berlín, el estallido del imperio soviético. Surgió Izquierda Unida, controlada por el PCE, que nunca se disolvió. Anguita elaboró la teoría de las dos orillas; en una estaría el neoliberalismo de PP y PSOE, y en la otra IU defensor de los trabajadores. El siguiente declive convirtió a IU en fuerza subalterna de Podemos. De las dos orillas pasamos al asalto a los cielos. Un partido tan perseguido por Franco no debería olvidar el lenguaje de las dictaduras, que consideran a todo opositor un traidor a la patria o parte de un complot judeomasónico.

Mientras que intenta ajustar cuentas con la dictadura española de hace 80 años, el PCE usa expresiones de la Guerra Fría para defender regímenes dictatoriales actuales en Cuba, Nicaragua o Bielorrusia. Pero no hay dictador bueno; ni Franco, ni Pinochet, ni Lukashenko, ni Ortega. A todos valdría el eslogan de Castro, patria o muerte. Aunque hay precedentes del cinismo del secretario de Estado de Sánchez. Cordell Hull, secretario de Estado de Roosevelt, cuando Anastasio Somoza visitó Estados Unidos en 1939 y hubo manifestaciones en contra, amparó a su aliado nicaragüense con una frase campanuda: "Puede que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Aunque no lo sepa, Santiago usa el lenguaje de su denostado imperialismo americano.

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