LOS palmeros siempre han existido y siempre existirán en todos los ámbitos de la vida. Hay simpatizantes del PP, del PSOE o de IU que ven que su partido está haciendo algo mal y aun así le aplauden. O padres que saben que su hijo tiene una conducta inadecuada, pero le sonríen porque es su hijo y no le pueden reñir. Otros le explican a su vástago que su forma de comportamiento no es la mejor y que debe cambiar su actitud. Con el fútbol ocurre lo mismo. Hay periodistas o aficionados que aplauden y aplauden aunque ellos mismos sepan que el equipo no va por el camino correcto. Como buen compañero de profesión este artículo se centra en los segundos. Existirán seguidores que criticarán por criticar, pero la mayoría lo hacen con ánimo constructivo, con el objetivo de que su equipo subsane los errores y cambie la mala trayectoria. En el caso de la UDA, esto se acentúa aún más, debido a la escasa masa social que existe; los 9.000 que van al campo lo sienten de verdad, no son los turistas del Bernabéu. Hace unos días, con la derrota ante Osasuna, había dos corrientes de aficionados. Por un lado, los que daban su opinión sobre el bochorno que habían visto, afirmando que la permanencia se atisbaba difícilísima. Por otro, los que decían que había que animar hasta el final. Las dos opiniones son respetables y válidas, pero lo que no me parece bien es que los segundos no respeten a los primeros, argumentando que las críticas hay que hacerlas al final, que éstas no ayudan al equipo (no entienden que son constructivas). Si al final los jugadores se van de vacaciones, el club vende otro proyecto y todo se olvida... El que pague su entrada o abono tiene derecho a animar o a silbar a los jugadores o al palco. Lo que está feo es que algunos palmeros piten a los aficionados que se marchan antes del 90', cuando los últimos han visto mucho más fútbol que los primeros.

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