Paradojas del Pujol y la Pantoja

Parece que el Fiscal ha recurrido el especial trato a Pujol, lo que alumbra un atisbo de esperanza

Que los españoles seamos todos iguales, o casi iguales todos, en la aplicación de la ley, (ponga que con contadas salvedades como la del Rey o los bancos, vale y bueno está), es un valor basilar de nuestra Constitución, cuyo artículo 14, proscribe cualquier discriminación por raza, sexo o condición social. Se consagra así un ideal de justicia tan caro y tan exigente de honrar, como es el que se nos trate a todos los iguales por igual: con la misma norma y el mismo rasero. Una virtud democrática que nunca gozó de simpatía ni entre los sistemas aristocráticos, (uno de cuyos distintivos es el acaparamiento por la nobleza, de privilegios, más o menos disfrazados, que le permitieran vivir por encima o al margen de la ley), ni entre los sistemas populistas (cuya genética simbolista indefectiblemente deriva en despotismos mitómanos incorruptibles). Una constante histórica tan tozuda como elocuente que ocasionalmente rebrota y revela, entonces, la patológica politización del sistema. Es el caso noticiado estos días sobre una singular aplicación de la misma ley, pero con criterios inexplicablemente desiguales, a dos condenados: uno llamado Oriol Pujol y otra, Isabel Pantoja. Aquel, Pujol, ha estado encarcelado sólo 57 días, pese a estar condenado a dos años y medio de cárcel. Mientras esta, Pantoja, estuvo en prisión más de 57 semanas a pesar de tener una pena inferior, de solo dos años. Ambos carecían de antecedentes y la Pantoja no tenía otros procesos penales y el Pujol, sí, ya que aún sigue investigado por blanqueo de capitales y delito fiscal. Toda una paradoja en la aplicación de la misma ley que pone en solfa la perseverancia del anacrónico privilegio aristocrático del Antiguo Régimen, del pasar de leyes. Parece que el Fiscal ha recurrido el especial trato a Pujol, lo que alumbra un atisbo de esperanza sobre la capacidad del sistema para enmendar humanos desafueros. Veremos en qué queda la paradoja. Pero sobre todo deberíamos conocer también, quién ha propiciado y por qué, tal arbitrariedad justiciera. Y quién responderá de la misma. Lo que no es una exigencia excesiva, puesto que para preservar el prestigio de la Justicia, (que, día a día, hemos de fraguar entre todos, no se olvide), resulta ineludible que el propio sistema exteriorice, para hacerse creíble, cómo funcionan los mecanismos que salvaguardan una justicia tributaria de la igualdad, que es la única justicia justa.

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