A dos metros

Ricardo Alba

Pasapalabra

Los sanitarios avisan de que estamos en una pendiente aceitada como las cucaña

Pido fervientemente indulgencia a Atresmedia por el atrevimiento de utilizar el nombre de uno de sus programas para titular esta columna 'A dos metros', distancia de seguridad puesta en entredicho por reputados científicos ante la volatibilidad del virus, al parecer más allá de lo hasta ahora calculado, mientras los Gobiernos reducen a metro y medio la separación entre personas con la finalidad de meter a más gente en menos espacio, otra cosa no se entiende. De ahí, Pasapalabra, pasar de las palabras a la vida.

Años atrás, exactamente diez, escribí en este mismo periódico un artículo titulado 'La cola del hambre'. Podría hacer un corta y pega, nadie se daría cuenta, porque hoy es tan válido como hace un decenio. Cáritas nos habla de Siete Millones y Medio de Gentes trabajadoras con salario escaso o, Gentes Trabajadoras sin trabajo y sin salario. A ver, se podrá decir mejor pero a mí me visita la Virgen de los Siete Puñales a diario, a Puñal por Millón de semejantes con la necesidad de llevarse algo a la boca. Es una exageración, pudieran decirme, están en su derecho. Sin embargo, el hambre lleva nombre, apellidos, cara, ojos de mirada sencilla algunos, huidizos otros. El hambre peregrina arrimada a la pared en la acera del frío, que yo los he visto con la cabeza baja, la de humillación.

En esta vida que nos ha tocado vivir se nos han ido decenas de miles de historias, cada una con sus achaques, con sus recuerdos, sus olvidos. La mayoría se marchó en soledad y no por gusto o decisión propia. Lo cuentan, me lo cuentan, quienes sostuvieron algunas manos en ese momento que no nos apetece nombrar. Hace siglos a las reinas molestas se las enviaba a monasterios de por vida. Hoy ponemos en su celdita residencial a los que llamamos mayores que son padres, abuelos o huérfanos de familia. A mí me visita a diario la Virgen del Perpetuo Socorro. Se pone en el pensamiento, ni cueva, ni higuera le hacen falta con tal de parar una sangría de vivos encerrados. Tanto, que hay que verlos y hablarlos con una verja de por medio. A ellos y a quienes con ellos están.

Cómo es posible tanto olvido. Pero ¿qué somos? Los sanitarios avisan de que estamos en una pendiente aceitada como las cucañas, ya no hay aplausos a las ocho de la tarde, ahora sí hay mascarillas y geles y miedo y descerebrados y desmanes y arbitrariedades y gentes que riñen. Por esto y más, ya no bastan las palabras.

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