Patentes de usureros

Llegó la posmodernidad y, poco a poco, ya cabe patentar, si no al bicho mismo, sí algún modo de crianza industrial

Ya la arcaica moral judaica, religada en la Biblia y fortificada en el Corán, demonizó la usura y, al igual que el gentil derecho romano, reprobaron los abusos de los poderosos, calificando ciertos bienes como comunes e inapropiables, o sea "extra comercio", porque estaban al servicio de la ciudadanía. Un concepto que persiste, aunque no sea fácil citar hoy algún ejemplo sin centrarse en alta mar o en disfrutar del cielo estrellado o cosas así, que aún cabe siquiera divisarlos sin pagar. Y el caso es que, hasta hace poco, nadie podía patentar seres vivos para adueñarse de ellos. Pero miren, llegó la posmodernidad y, poco a poco, ya cabe patentar, si no al bicho mismo, sí algún modo de crianza industrial que equivale, en la práctica mercantil, doy fe y puedo dar nombres, a monopolizar el usufructo del bichito o la célula cuya crianza se patentó. Lo que además de enriquecer al titular del modus operandi patentado hace que cada día resulte más peliagudo hallar cosa con la que aún no se negocie o que no se haya apropiado "intelectualmente" alguien desde una legalidad, huera de filantropía, codificada por el capitalismo predador imperante, para saciar esa avaricia insaciable y neurótica del homúnculo encovado en nuestra genética, que rige gran parte de nuestros actos. Una avaricia poliédrica que renueva un rancio derecho de pernada para rentabilizar inventos y exprimir sus frutos sin importar qué necesidades sociales posterga. Una patente de impiedad usuraria que se recrea hoy en la gestión de las vacunas anti covid cuya producción, con tal de que el invento siga generando réditos gigantescos a sus farmacéuticas, queda restringida a sus centros fabriles propios, sin permitir trasferencias técnicas a terceros, con medios suficientes para procesar su replicación general y masiva, que evitara en lo posible que fallezcan millones de contagiados en el mundo, solo por no fabricar a tiempo unidades suficientes, ya que se suministran las vacunas a cuentagotas, o sea: al ritmo más rentable para los titulares de las patentes. Y son abusos y situaciones así, las que justificaron la condena inmemorial de la usura y para las que se inventó la expropiación por utilidad pública, mediando un precio justo con beneficio proporcionado al esfuerzo inversor. Pero no. Lo patentado por esta civilización suicida, es un derecho absoluto e ilimitado a la usura, que prima sobre cualquier interés social.

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