Paternalismo libertario

Desde bebés nos crían entre postureos y relatos épicos, para revestir la crudeza de la vida

Ya lo decía T.S. Eliot: el humano no soporta demasiada realidad. Por eso cada cual la disfraza al peinarse o vestir, al cocinar o aliñar sabores y al usar, en fin, unas cortesías u otras, según la ocasión: vivimos artificialmente y se prefiere lo postizo a la realidad, así que la adaptamos a nuestros criterios éticos y estéticos. Algo que viene de antiguo: vean el origen de la palabra esmirriado, que hoy designa a alguien flacucho y estropeado, y eso es a causa del uso mortuorio de la mirra con la que, en épocas arcaicas, se untaba un cadáver para disimular su deterioro: se ve que mejoraría poco. O sea que desde bebés nos crían entre postureos y relatos épicos o divinizados, para revestir la crudeza de la vida: si hay buena cuna, de forma amable y si no hay suerte, pues a palo seco y sin ataviar. Y aunque tal aserto sea predicable a todas dimensiones vitales acaso en ningún otro escenario se expresa con tanto énfasis como en el amor o en la política (que semejan la caza y la guerra de antaño). En el uno, los nigromantes alucinaban por hallar filtros amorosos y en la otra, los padres de la democracia se abrumaron tras el filtro parlamentario de la representación para evitar ese populismo asambleario que siempre, y digo siempre, ha generado la ruina del pueblo que lo intentó. Disimular, filtrar entornos, camelar: ese es nuestro sino. Digresiones que me consolaban mientras escuchaba, caminata mediante, que la Junta de Castilla y León ofrece a la mujer encinta que lo desee, escuchar el latido fetal. Oferta que suena bien salvo que se ofrezca a quien ande sopesando abortar. Porque entonces se alzan voces sulfuradas que califican la oferta de campaña antiabortista de la ultraderecha (la hipérbole nunca es inocente, ya se sabe). Y resulta chocante que alarme la oferta del acceso, por quien lo desee, a cierta dosis de realidad biológica, elevando así a principio ético el derecho a no informar ni a ser informado: a la desinformación. Se trata de un extravío hacia esa subcultura agnotológica que aboga por manipular la ignorancia selectiva y cocinar la información que pueda alborotar la razón o el sentimiento del colectivo al que se quiere proteger. Ese talante que otros llaman paternalismo libertario o socialismo paternalista porque la elite dirigente procura reajustar la realidad a sus valores, ya que conoce mejor que los ciudadanos lo que les conviene. ¿Suena a genética autoritaria?

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