Patinetes

Desde que se ha generalizado el uso de los patinetes, la vida del peatón se ha convertido en un infierno

Volver a la triste realidad urbana, después de haber pasado una temporada de vacaciones en la playa -o viajando por algún sitio-, es volver a enfrentarse con los patinetes. ¡Ay, los patinetes! Desde que se ha introducido su uso, la vida del peatón -usemos esa bella y anticuada palabra- se ha convertido en un infierno. El ciclista suele ser considerado y por lo general respeta al pobre transeúnte. Pero el conductor de patinete, por alguna razón misteriosa que no consigo entender, suele mostrarse indiferente ante la suerte del peatón. Da igual que sea un padre empujando un cochecito o un anciano que intenta cruzar un semáforo en un carril bici. El impertérrito conductor de patinete ni se digna mirarlo, ni mucho menos aminorar la marcha o detenerse un segundo. Inconmovible, con aires de brahmán hindú indiferente al populacho, el conductor de patinete pasa a toda velocidad. ¿Peligro, qué peligro? Para el conductor de patinete, esa palabra no existe. Y si un pobre diablo comete la imperdonable vulgaridad de caminar por la calle, esa criatura infecta debe atenerse a las consecuencias. Al diablo con el peatón.

Todos hemos visto lo que ocurre cuando un patinete se enfrenta a un peatón. Pobre peatón. Y si alguno se atreve a protestar después de haber estado a punto de ser atropellado, el conductor de patinete le dirige una mirada despectiva que demuestra la diferencia abisal que media entre uno y otro. El patinete forma con su conductor una nueva criatura mitológica, una especie de centauro como fue el inmortal Quirón, hijo monstruoso del titán Cronos, dios del tiempo. Para él, el peatón es un pringado que apenas tiene derecho a cruzar la acera. Un pupas, un subhumano (o untermensch, como decían los nazis). En definitiva, un desecho de la sociedad que prima la rapidez a toda costa y que no tolera a los lentos ni a los rezagados.

No exagero. Cualquiera que tenga la saludable costumbre de caminar por la calle sabrá de lo que hablo. Desde que los patinetes invaden las aceras y los carriles bici, la vida del peatón ha empeorado radicalmente. Pobre del que quiera pasear a sus anchas, porque tarde o temprano va a ser embestido a traición por alguna de estas criaturas infernales. Ya estamos en septiembre. Ya podemos empezar a mirar hacia atrás, como los camaleones, buscando el zumbido amenazador de un patinete.

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