Pedro Antonio y Eugenio Hermoso

Ambos pintores de "la raza", que gustaban representar las tipologías humanas de sus orígenes

La lectura de la autobiografía de Eugenio Hermoso, un tocho de ochocientas páginas publicado en 1955, del que ya di emocionadas cuentas en mi artículo de la semana pasada, me ha deparado un feliz descubrimiento que, creo, ignoran los almerienses e historiadores del arte provincial. En 1934, durante la Segunda República, el célebre pintor extremeño marchó una temporada a Buenos Aires pues allí se organizaba una exposición de su obra en la mítica galería Witcomb, la sala de arte más importante en la Argentina de entonces, que desde principios de siglo y de la mano de José Artal había hecho grandes exposiciones -y grandes ventas- de los pintores españoles más significativos. Hermoso embarcó en Valencia en el "San Fermín", ocupando él solo un camarote hasta la primera parada, en Cádiz, donde el también pintor Pedro Antonio Martínez Expósito, pulpileño ilustre, subió al barco y compartió desde ese momento camarote con el extremeño hasta Buenos Aires. Refiere Hermoso que "en la agencia habían pensado cuerdamente que, siendo los dos pintores, era lógico que fuésemos compañeros de camarote". Ambos eran casi de la misma edad; Pedro Antonio, que había nacido en 1886, tres años más joven. Ambos pintores prestigiosos; mucho más el extremeño, al menos en España. Ambos de origen campesino y humildísimo, hechos a sí mismos. Ambos pintores de "la raza", que gustaban representar las tipologías humanas de sus orígenes, dentro de un cierto simbolismo regionalista. Y ambos se conocían previamente a su aventura americana. Pedro Antonio había estado ya con anterioridad en Buenos Aires; para Hermoso era su primera vez. Narra éste último que "yo entré en Buenos Aires como segundo de Pedro Antonio". En efecto, la prensa bonaerense dijo que "además del pintor Pedro Antonio, ha llegado también el señor Eugenio Hermoso". Se hospedaron juntos en el mismo hotel y no se separaron uno del otro el tiempo que duraron sus exposiciones en Witcomb, quince días cada una como era la costumbre en esta laureada galería, primero la del extremeño y después la del pulpileño. Hermoso narra con lujo de detalles los pormenores de la estancia, las personalidades con las que estuvieron, los homenajes que recibieron y el éxito de prensa y de las ventas. Hermoso volvió después a España y Pedro Antonio quedó en América para, al parecer, no regresar más. En 1965 murió el almeriense, pobrísimo y olvidado, en Río de Janeiro.

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