A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Peligros de la red

Muchos derechos individuales han sido barridos por la alegría de hacerse un selfie

Quizás hayan visto La rosa púrpura del Cairo. El protagonista de una película sale de la pantalla y nos entretiene con sus ocurrencias al comprobar que las cosas no funcionan del mismo modo en el cine que en la realidad. Más difícil es encontrar un relato de Brown, 'La doble moral'. En este último, un personaje de televisión nos cuenta que lo mismo que nosotros los vemos actuar, ellos también pueden asomarse de vez en cuando y, desde el otro lado de la pantalla, observan lo que hacemos en nuestras casas.

Parecían ingeniosidades propias de una película o de la ciencia ficción. Pero ya no es así y no resulta tan divertido. Con las nuevas tecnologías ese salto desde el otro lado de la pantalla se ha convertido en una peligrosa realidad. Si no tenemos tapada la cámara, pueden ver lo que hacemos en este momento. Los datos de nuestra salud y lo que pensamos, deseamos, vemos -si lo fotografiamos- o decimos, quedan a disposición de quien se encuentra más allá de nuestro ordenador o del terminal del teléfono. Y el dinero anda también no se sabe dónde. Ahora, incluso, la seguridad de un banco consiste en una cortina informática, tan opaca para usted como transparente a veces para los ladrones, y encima la responsabilidad de vigilancia nos la han traspasado.

¿Se puede hacer algo? Probablemente se trata de una batalla perdida. Muchos de los derechos individuales trabajosamente ganados han sido barridos por la alegría de hacerse un selfie o de poder mandar cualquier ocurrencia para que vean lo graciosos que somos. Antes muertos -podríamos decir- que quedarnos un rato a solas con nuestros pensamientos.

Hablamos, además, de un negocio de incalculables beneficios. La última puerta que les quedaba por cruzar era la de la educación y están a punto de abrirla definitivamente. Y tienen, además, la habilidad del camaleón. Levantan la voz en nombre de la libertad, aunque se pliegan al gobierno chino sin pudor. En Europa nada les impide obtener y comerciar con nuestros datos personales. Ya estamos obligados en la práctica a tener internet y a aceptar sus cookies. Y, si se descubre una irregularidad, basta con poner cara de Zuckerberg, con decir que no volverá a ocurrir y pagar la multa correspondiente para que la burocracia europea siga gastando. Lo peor, con todo, es que ya no hay mascarillas ni anticuerpos para esto; estamos infestados sin saberlo desde la niñez.

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