Fue bonito mientras duró; o sea, hasta que salió Messi. Hasta entonces, lo que duró lo que dura toda la primera parte, el Betis se las había tenido tiesas con el Barcelona, un Barcelona sin Messi por decisión técnica. Era una pelea entre semejantes que pudo decantarse para los locales, pero que Sanabria había igualado tan al borde del descanso que ni siguiera se pudo volver a jugar. Y se iba al descanso con la ilusión de volver a tomar el Camp Nou.

Había sido un primer tiempo de ida y vuelta en el que se erraron ocasiones tan claras como las de Griezmann, penalti abortado por Bravo incluido, Alex Moreno y Sanabria. Un hermoso partido de fútbol en el que Tello hacía estragos por su costado, pero en el que no funcionaba una conexión que tan bien carbura en Heliópolis, la que forman Emerson y Joaquín. Y es que no puede decirse que tanto el brasileño como el portuense tuvieran el mejor día de sus vidas.

Decíamos que al descanso se podía soñar con una nueva campanada en el predio blaugrana, pero Koeman se dijo hasta aquí hemos llegado y mandó a Messi a la pelea. Y el argentino, que no gusta de dejar para mañana lo que pueda hacerse hoy, sacó de la chistera su primera genialidad al minuto de la reanudación para que Griezmann desnivelase nuevamente la pelea. Ya estábamos ante una historia bien distinta y sólo bonita para el barcelonismo, sólo para ellos.

Para colmo, penalti y expulsión de Mandi, una expulsión más para un equipo que las acumula a granel. Messi no perdona y aunque el recién salido Loren aprovecha un demarrage de Moreno, todo se había consumado. Jugar en inferioridad numérica ante el Barça de un Messi fresco como una lechuga es una misión casi siempre, o siempre, imposible. Sobre la última campana, Pedri redondeó la manita y el Betis se volvió a casa cautivo y desarmado, muy desarmado.