Perder el control

Perder el control puede ser un atenuante o utilizarse como excusa, pero a veces falta cuando se creía tenerlo

Como atenuante ante circunstancias desgraciadas, inconvenientes o no pretendidas, suele considerarse que quien las provocó lo hizo tras perder el control. Esa regulación del comportamiento que se entiende propia de un desenvolvimiento más o menos armónico en lo personal, primero, y en lo social, por consecuencia. Asimismo, formas hay que propician tales descalabros, tanto por los modos o la maquinación de aquellos que no pierden el control, sino que lo hacen perder, como por la vulnerabilidad de cuantos no amarran corto sus reacciones. Por otra parte, no deberían confundirse atenuantes con excusas, ya que los primeros tienen alguna dispensa piadosa mientras que las segundas suelen ser bastantes reprobables por falsas. Estas pérdidas del control, en cualquier caso, no resultan obsesivas, ni producto de la ansiedad; más bien responden a la impulsividad o a la rudeza del carácter. Cuestión distinta es la incertidumbre por no tener la seguridad o el control de distintos asuntos, muchas veces domésticos. Y el efecto directo de, por ejemplo, comprobar, no una, sino varias veces, que está cerrada la puerta de casa antes de dormir por la noche, o que no queda encendida la cocina, conectado el ordenador, dispuesta la alarma del despertador o sin apagar el calefactor que este año ha conocido el cuarenta de mayo. Dicen los conocedores del comportamiento humano que tales comprobaciones repetidas revelan una obsesión por el control, no lejana a la malsana naturaleza de las ansiedades y las obsesiones compulsivas y a los pensamientos asimismo reiterados y negativos. Entonces, el problema, más que con perder el control, guarda relación con el miedo a perderlo; de manera que este temor lleve a un comportamiento recurrente y obsesivo por el control. A veces, incluso con el empeño de controlar lo incontrolable hasta quedar tumbados por el peso de la ansiedad. Indican los expertos que hay causas que lo propician -como el vertiginoso ritmo de quienes tienen tareas y ocupaciones diarias bastante acaparadoras- y dejan en blanco repentinamente la memoria, además de perderse la seguridad sobre lo que hemos hecho o no. En fin, acaso habría que incorporar otro desajuste referido al control: la confianza en tenerlo y la deslealtad o la vuelta del calcetín de quienes lo aseguraban. Que esto lo mismo vale para el presidente de un Gobierno que para el entrenador de una selección nacional, el cuñado de un rey o un ministro efímero.

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