¿Perder?, según con quién

Y luego está el estilo de juego, con la sosería del tikitaka anodino y tan prolongado como infértil

A todos nos gusta ganar, no perder nunca y, solo a algunos, pocos, asumimos empatar a veces, arte no fácil de cultivar. Y por eso de que perder duele, se entiende el barullo causado por la eliminación de selección española en el Mundial de fútbol y las oleadas mediáticas de aflicción colectiva quizá desmedida para las expectativas serias que haya diluido la eliminación, ya que no conozco a muchos aficionados que creyeran lograr el título con los mimbres futboleros que teníamos. Y el hecho de que nos descarten en octavos, tampoco justifica la calentura popular y el incendio de noticiarios, tertulias y, dicen, redes sociales: Alemania cayó antes y no pasó nada. Tampoco veo una afrenta deportiva que se haya perdido con Marruecos, un equipo al que no le han marcado otras selecciones de prestigio. Así que la explicación tendría que ver con otros factores menos lógicos o más pasionales, vaya. Alguno relacionado con el talante adusto y el liderazgo desafiante del seleccionador Luis Enrique, o su escasa empatía y comprensión con el sentido meritocrático extendido entre la afición a la hora de preferir jugadores. Porque dejar fuera del equipo a los Canales, Ramos, Merino o Aspas, es sin duda posible, porque el fútbol, como el derecho, es una "ciencia inexacta", pero no fácil de explicar donde prime un rango de virtuosidad futbolística. Y luego está el estilo de juego, con la sosería del tikitaka anodino y tan prolongado como infértil, que tampoco ayudó demasiado a ser compasivo con el empate final y pasar a la rifa de los penaltis, donde la inmadurez emocional de los jóvenes no es algo que invite al optimismo, como sabe hasta Brasil. Así que la forma o el cómo se perdió y la falta de ardor en el juego o de brío en las jugadas, creo que elevó de alguna manera la irritabilidad, acaso excesiva, de la afición con el seleccionador. Aunque lo más irritante tal vez fuera perder justo con Marruecos, un país vecino y hermano, mal que le pese a alguno, cargado de estigmas históricos y al que cuesta reconocerle el mérito que tuvo. Y ahí afloró parte del sesgo racista que aún subyace en buena parte del acervo popular con el vecino pobre. Lo mejor, si no lo único, que nos ha dejado la agria derrota, han sido los chispazos ingeniosos tipo del "hagamos boicot al moro y no fumemos más hachís" o aquel otro de "no basta con estar encima, también hay que saber meterla, míster". Y tienen razón.

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