Perversión ideológica del arte oficial

Nunca antes la domesticación del arte había llegado a límites tan perversos y retorcidos

Basta echar un vistazo a los premios oficiales del arte -el último Nacional de fotografía, por ejemplo- y a las exposiciones de artistas actuales apoyados por el aparato cultural institucional, para darse cuenta del peso y poder de control que la impostada ideología dominante de la "socialdemocracia" neoliberal ejerce sobre el territorio de la cultura artística contemporánea. El arte y los artistas han estado siempre -en todo tiempo y lugar- al servicio del poder institucionalizado, fuese del tipo que fuese, pero la primera gran perversión actual reside en que la ideología o discurso es el único aspecto buscado por el aparato institucional del Estado para "seleccionar" a sus artistas más representativos. Históricamente el poder se ha servido siempre del arte como elemento propagandístico para la implantación de sus discursos, pero en épocas pasadas se seleccionaban siempre los productos artísticos y los artistas de mayor calidad técnica y estética. En el arte contemporáneo actual lo estético, lo bello o lo técnicamente feliz no tienen la menor importancia en aras de alcanzar un reconocimiento oficial. Prima, casi exclusivamente, el discurso ideológico que se acopla a la obra -muchas veces con calzador, pues de la imagen no se desprende su pretendida teoría- con libros, folletos o textos de pared "ad hoc". La segunda gran perversión es que al sistema capitalista moderno le interesa dar una imagen cultural socialdemócrata de los estados, y por ello usa y premia sistemáticamente los productos artísticos que enarbolan discursos de "izquierdas", tópicos y típicos que, por lo común, no tienen la menor vigencia ni coherencia intelectuales y se basan en premisas falsas desde el punto de vista histórico o científico. El procedimiento "seleccionador" empieza muchas veces en las universidades, dirigido desde sus departamentos de Estética y Arte al servicio del poder político-económico. Se trata, por tanto, de un teatrillo perverso y vergonzoso, un espectáculo para inocentes o incautos. El Estado premia y sacraliza a los artistas que lo critican por capitalista, franquista, fascista, racista, machista o fundamentalista, y los mismos artistas están encantados de ser premiados, amamantados y prebendados, por esa oficialidad cruel a la que despellejan alegre e indoctamente en sus obras. Nunca antes la domesticación del arte y la tiranía de lo políticamente correcto habían llegado a límites tan perversos y retorcidos.

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