El silencio era tan desgarrador como la más terrible de las tormentas, si una mariposa hubiese batido sus alas en el aire, se habría escuchado como el motor de un tanque. La naturaleza, por un instante eterno, parecía haberse detenido en aquella gélida noche invernal. El mundo expectante observaba atónito la tragedia que se desplegaba ante sus ojos. Detuvo su mirada sobre la tierra abultada y escondida, bajo un inmaculado manto de nieve recién caída. Restos de lo que había sido una población confiada, sobresalían por doquier bajo una capa de hielo que se iba solidificando, casi como su corazón que amenazaba con desbocarse acosado por el dolor. Andaba desorientado por la ausencia de indicadores. Carreteras y caminos reventados se mezclaban con campos abandonados, todo un desierto árido e inerte le rodeaba. Hasta donde alcanzaba la vista, no se veía a nadie, una nada nívea le envolvía encogiéndole el corazón. Echaba de menos a sus hijos, él mismo les instó a abandonar el país, pero todo fue inútil, ninguno de ellos quiso abandonarlo a su suerte, poniéndose a las órdenes de la resistencia. Anoche fue la última vez que se vieron, después de un intenso y cobarde bombardeo sobre inocentes y desarmadas civiles orgullosos, solo quedaron las cenizas de lo que fue su pueblo. Nada más amanecer, después de una silenciosa nevada, la luz fue envolviéndolo todo, mostrando con crudeza la destrucción causada por el criminal ataque. Sus oídos aún conservaban en su interior el silbido de las bombas antes de estallar sobre los edificios, mientras la población aguantaba la respiración hacinada en los pocos sótanos donde pudieron refugiarse. Él no pudo resistir aquel silencio pesado como el plomo, y salió a deambular por aquellos campos desolados, otrora fértiles y cultivados. Por un momento fijó su mirada sobre el suelo horadado por la huella de sus pisadas, las flores empujaban la nieve como una primavera adelantada, comenzando a adornar con sus variados colores la blanca alfombra que se extendía bajo sus pies, dando una nota de vida entre tanta desolación, y un rayo de esperanza le invadió el corazón. Sabía que siempre, de forma calculada e inevitable, la naturaleza, ajena a las vicisitudes de sus molestos huéspedes, se abría paso una y otra vez, dando luz y color a la vida que ellos se empeñaban en oscurecer. Levantó sus ojos al cielo y entre nubes arracimadas, pudo comprobar que el sol comenzaba a lanzar sus tibios rayos sobre la tierra, haciendo que toda una miríada de flores explosionaran a la vez, exhalando su suave perfume como una promesa de futuro, y por un instante, sintió un rayo de esperanza en un futuro incierto.

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