Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

Polonia y los historiadores mercenarios

Ante el terrible padecimiento del pueblo polaco, lo único que cabe es arrodillarse frente al monumento a la Sohá en Varsovia

El procedimiento es tan antiguo como la escritura humana. Para empezar, se construye un relato. De inmediato se pone en circulación para que cale, como lluvia fina, imperceptible pero constante. No suele corresponderse con la realidad estricta. Solo da una versión interesada, acorde con la ideología de sus promotores. El proceso empieza a tomar velocidad de crucero al hundirse en el anonimato, cuando no se sabe de dónde ni cómo ha salido, pero se siente como algo consabido. El broche final está reservado para los expertos, encargados de revestir de supuesta objetividad, lo que es una mera construcción humana. Ese proceder comunicativo ha prestado gloriosos servicios, unos relativamente nobles, otros no tanto. Así se construyeron los grandes mitos nacionales, los referentes morales de millones de personas, las señas de identidad cultural y, desde luego, también se estigmatizó al enemigo. Todos ellos, nobles e innobles, no dejan de formar parte de los grandes mecanismos de alienación social. Últimamente se asiste a un caso prototípico de demonización de una nación al completo. Hace unos años el gobierno polaco ya tuvo que advertir seriamente acerca de la inconveniencia de emplear la expresión "campos de exterminio polacos". Parecía una observación razonable y de estricta literalidad histórica. Auschwitz, Treblinka, Majdanek -y tantos otros lugares- fueron creaciones de la Alemania (nazi) en suelo de una Polonia ocupada. Evidentemente, es un matiz, pero determinante. No obstante, el bulo ya estaba navegando y, por supuesto, llegó al puerto de la legitimidad científica. Obras recientes revisan la historia de Polonia, a la que señalan como cuna del antisemitismo y cantera de colaboracionismo nazi. Sencillamente, es indecoroso que un académico empeñe su prestigio al servicio de causas tan falaces. Polonia fue invadida por el norte (soviéticos) y por el sur (alemanes), en una pinza fatídica que provocó más muertos relativos que en ningún otro lugar durante la II Guerra Mundial. Los historiadores mercenarios olvidan a miles de polacos que combatieron a los nazis, solidaridad con los judíos incluida. Entre ellos, por cierto, figuraba un joven llamado Karol Wojtyla. Ante el terrible padecimiento del pueblo polaco, lo único que cabe es arrodillarse frente al monumento a la Sohá en Varsovia, como en su día hizo Willy Brandt. Lo demás, es indigno, para Polonia, para quienes queremos a ese país y para la memoria histórica de la Humanidad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios