Populismo de ayer y de hoy

En la Roma clásica, la carrera política era un privilegio del rico que asumiera el enorme costo de su campaña electoral

En la Roma clásica, la carrera política era un privilegio del rico que asumiera el enorme costo de su campaña electoral. Nada ejemplarizante, pues. Pero tal y como está diseñado hoy el ecosistema democrático, a la política tampoco pueden dedicarse, honestamente y salvo rarezas, sino funcionarios, con vía de escape y reversión asegurada, o mediocres sin utilidades privadas que mantener. Lo que tampoco es muy ejemplar. Y así nos va con la fauna (acepción 3ª del RDL) que nos gestiona la cosa pública. Pero lo que no cambia es el sempiterno ardor electoral de arribistas y trepas variopintos, alguno con trastornos narcisistas o de hubris: esa obsesión patológica por el poder que, arrebujada de ideologías, es lo único que da sentido a su vida. Una catadura que distinguió a algún prócer romano, como L. Catilina, y que acaso hoy quepa predicar de otro adalid moderno, porque analogías, a pesar de los 2.000 años andados, no faltan. Y es que ambos políticos iniciaron su aureola infamando a los regímenes vigentes en su tiempo: aquel a la tardorepublica romana y éste, a la Transición tardofranquista o a la Monarquía tardoborbónica; y curioso es que los dos exhiban linajes aguerridos (el abuelo de uno guerreó contra Anibal y el del otro contra Franco); o que hicieran fama de promiscuidad sexual y gusto por las turbamultas, con financiación foránea: uno de África, otro de América; o que, para pasmo de sus élites lugareñas, discursearan cual indigentes en lucha por otros indigentes, aunque ellos vivieran en villas señoriales a las afueras de Roma o Madrid, lo que no les impedía enardecer a la plebe jurando cancelarle sus deudas y abolir las castas, algo que antaño y hogaño, da cachet electoral. De creer a Salustio, al Catilina le caracterizó su "espíritu veleidoso, simulador y disimulador", además de ser "ávido de lo propio y despilfarrador de lo ajeno, fogoso en las pasiones y un derroche de elocuencia entre un saber menguado", sesgo propio de su "talante insaciable que aspira a metas desmedidas y fuera de razón con tal de procurarse un poder tal que le hiciera dueño del Estado". Nada que no veamos hoy, pues. Les separa que, al perder sus elecciones, Catilina se rebeló y murió en batalla: Roma no daba mucha cuerda a los antisistemas arcaicos. Mientras que si el sosia posmoderno las pierde, se reinventará entre poderes mediáticos para capitalizar su populismo académico. Cosas del progreso.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios