Potaje de prisas y miedos

Supongo que para evitarse una Navidad alborotada que perturbe, para mal, la ya precaria estabilidad del país

Ya advertía Plinio (S. I) y luego confirmó Adam Smith, (S. XVIII), que un trabajador bien pagado, resulta más rentable que un esclavo, ya que hace mejor su trabajo. Aserto, confirmado empíricamente por los sociólogos del S. XXI, que rememoro hoy siguiendo, siquiera de reojo, la negociación a matacaballo que prolongan en estos días los agentes sociales, sindicatos y empresarios, para la reforma laboral. Una aspiración legítima, aunque aleada desde trincheras muy politizadas con sesgos de cierta radicalidad, cuando se amaga con movilizaciones de "alto voltaje" según algún interlocutor, a la vez que por el Gobierno se apremia para que, además, la nueva regulación esté lista antes de fin de año porque si se demora, sería la ministra de turno la que aplique su particular criterio ideológico, vía decreto.

Supongo que para evitarse una Navidad alborotada que perturbe, para mal, la ya precaria estabilidad de este país. Y no es hoy el día ni este el medio para ahondar en los temas objeto de revisión, pero acaso tampoco esté de más recordar que andarse con prisas, es la segunda peor fórmula imaginable para abordar una regulación que tanta repercusión económica y social, tiene para el conjunto social (la primera, y más peligrosa, es resolverla vía decreto). Una reforma por lo demás nada sencilla de conciliar cuando por un lado, se pretende atajar el extendido abuso de la temporalidad de los contratos laborales, que lastra cualquier proyecto de vida estable del trabajador, aunque enfrente se halle el no menos legítimo y comprensible miedo del empresario, profesional o autónomo, por pechar con la carga económica de una indemnización laboral creciente, que arrase con los cuatro ahorros familiares, en caso de que sobrevenga la necesidad de despedir a un trabajador fijo, por alteraciones del mercado o del nivel de las prestaciones del empleado. Y claro, cuando se trata de equilibrar el miedo de unos y otros sobre los futuribles que les atañen, el concierto no resulta fácil, aunque sea necesario y, con buena voluntad, nunca imposible. Y requiere, como todos los buenos potajes, tiempo además de no poca imaginación para prever las evoluciones económicas futuras. Un panorama en el que no deja de resultar paradójico que, como decía J. Menezo en su columna del lunes, la Administración que impone las prisas a los demás, mantenga a su cargo más trabajadores ocasionales que todo el sector privado.

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