Prematuros

Si de algo podemos estar orgullosos en nuestro país, es de una sanidad pública que está entre las mejores del mundo

Hace unos diez años, cuando el presidente Obama planeaba su reforma sanitaria, envió una comisión de expertos a que estudiaran la sanidad pública europea. La comisión pasó por Andalucía, y lo que aquellos médicos y expertos en gestión sanitaria vieron en nuestros hospitales los dejó asombrados. "¿Todo esto es gratis?", preguntaban asombrados, "¿todos estos servicios y toda esta tecnología están a disposición de cualquier paciente?" Cuando nuestros médicos les explicaban que sí, los norteamericanos no se lo podían creer. El nuestro era el mejor sistema sanitario que habían visto en Europa, pero los expertos se pusieron a hacer cálculos y vieron que nuestro modelo sería imposible de introducir en Estados Unidos. Sin un sistema público de universidades, y sin un aumento considerable de impuestos, el modelo sanitario español no podía funcionar en Estados Unidos. Y al final, la reforma sanitaria de Obama se introdujo a trancas y barrancas y con una asistencia muy restringida.

Cuento esto porque he leído que Irene Montero y Pablo Iglesias están encantados con los cuidados que sus mellizos prematuros han recibido en el hospital Gregorio Marañón de Madrid. Pero ¿qué se imaginaban? Quizá se habían dejado cegar por su propia propaganda e imaginaban que la sanidad pública española, a causa de los recortes y de la "política neoliberal del PP", estaba al nivel de la sanidad de Zimbabwe. Pues no, para nada. Todos los que hemos pasado por los hospitales públicos sabíamos que el servicio y la atención seguían siendo de primera clase, gracias sobre todo al trabajo de todo el personal sanitario (y nunca quiero dejarme a las auxiliares, a los celadores ni a las mujeres que repartían la comida). Si de algo podemos estar orgullosos en nuestro país, es de una sanidad pública que está entre las mejores del mundo.

Espero que Irene Montero y Pablo Iglesias, ahora que son padres, ahora que han dejado atrás los laboratorios ideológicos de la universidad y han entrado en contacto directo con esa cosa que llamamos realidad -que está formada por el dolor y la angustia y la alegría y el temor y la sorpresa- empiecen a ver las cosas de otra forma. Y rebajen en lo posible su discurso del odio y del catastrofismo, porque ese discurso tenía mucho de impostado y de histérico. Y brindemos, de paso, por la salud de sus prematuros.

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