Profesor decapitado

La enseñanza previene, pero no es una panacea para remediar males tan morbosos como el del radicalismo

La docencia, aun con las dificultades de su ejercicio, no puede considerarse, propiamente, una actividad profesional de riesgo. Otra cosa es el malestar docente, que se manifiesta con distintos síndromes, generalmente ligeros, de alteración del ánimo y la salud mental. Las razones suelen deberse a conflictos en las relaciones educativas con el alumnado -se habla de la gestión del aula-, y a la necesidad de contar con recursos para manejarse y conducirse, del mejor modo posible, antes esas situaciones problemáticas que no pocas veces se hacen disruptivas.

Perder la vida en un asesinato, como trágica consecuencia del radicalismo islámico, es un desenlace que altera y conmueve porque el profesor decapitado, Samuel Paty, procuraba enseñar elementos básicos de la instrucción moral y cívica, concomitantes con el valioso ejercicio de la libertad. Por eso importa aprender a desempeñarlo sin las cortapisas y la ceguera de los dogmatismos, que confunden la enseñanza con el adoctrinamiento. Conseguida esta distorsión del raciocinio, se consigue asimismo la de la voluntad para vengar dramáticamente hechos que, por el mismo fanatismo radical, se consideran un oprobio imperdonable necesitado de dura venganza. Como la de herir la cara de un profesor a cuchilladas sanguinarias, antes de decapitarlo con una crueldad dantesca. Y el colofón mediático de colocar fotos en los diversos "muros" de las redes sociales, donde abrevan también muchos iluminados -aunque sea en la oscuridad del anonimato- capaces de justificar y ensalzar la macabra consumación de un crimen horrendo.

Los principios de libertad, igualdad y fraternidad, propios de la República francesa -aunque su formulación no siempre estuviera acompañada del mejor modo de adoptarlos-, son, por eso mismo, referencias mayores del sistema educativo francés, junto a una laicidad respetuosa. El asesinato de este profesor no los pondrá en entredicho, porque tienen una firmeza asentada. Pero la turbación, la repulsa y los efectos reiterados del radicalismo obligan a pensar y repensar el modo más pertinente de proteger tan altos y universales fundamentos del desenvolvimiento personal y social. La escuela, como institución directamente concernida, tiene una encomienda principal, pero esa atribución solo puede llevarse a término en lo que le resulta propio, la enseñanza. Que previene, pero no es una panacea para remediar males tan morbosos como el del radicalismo.

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