Prometer o aprometer

Como decía Chesterton, es justamente esa capacidad de prometer lo que nos distingue de los salvajes

Iniciar un gobierno conlleva, igual que el inicio de cada año o de cada etapa vital, asumir, y a menudo divulgar, nuevos propósitos en forma de promesas ilusivas. Pero reparen que la palabra prometer se compone, con el prefijo «pro», que significa adelantar y el verbo latino «mittere», enviar. Es algo así como enviar adelante un propósito en forma de pacto con uno mismo o con quien se vea afectado por la promisión, lo que le confiere a esta, cierto carácter de débito y algún grado de responsabilidad ante los atañidos con los que se «com/promete» la realización del voto pendiente. De ahí que la promesa mereciera formas solemnes, como el juramento, para trascenderse de lo dicho al por hacer, y que se reprochara penalmente al perjuro, por incumplir, o se le estigmatizara en el ámbito litúrgico moral. Y es que, como decía Chesterton, es justamente esa capacidad de prometer (o sea, de mantener una responsabilidad vívida a través del tiempo) lo que nos distingue de los salvajes y los brutos porque la promesa, como la rueda, es un fruto civilizador: algo desconocido en la naturaleza.

Y que por ello, el hombre que no respeta su promesa es inútil para todo acto trascendente, revela un talante anclado en la simplicidad del olvido y acaba enviciado en la sucesión de promesas hueras con las que tapar las anteriores. Así que prometer quizá sea la mejor forma de honrar el llamado lenguaje realizativo (revelando un maduro: te amo, por ejemplo) que solo cobra sentido cuando se materializa lo hablado.

Una virtud, empero, la de respetar lo afirmado, en franco descrédito, ante la implantación como uso normalizado, del prometer antaño una cosa y hogaño, la contraria, sin que ello reciba censura alguna. Al punto de que espanta tener que confiar, a la luz de las experiencias recientes, en algo o en alguien, ante la ausencia de consecuencias, ni políticas, ni sociales, por engañar o desmentirse de lo dicho. Porque hoy no se promete, con el alcance con que nació esa voz y acaso deberían entrar el juego otros prefijos castellanos, además o en vez de «pro», más acordes con lo que realmente se expresa al mero hablar por hablar. Y que sea un a/prometer, lo que se «envía» cuando, al cabo, no se quiera cumplir con lo dicho. O se usen el «peri/meter», un «archi/meter» o el «dis/meter» para darle vueltas y más vueltas a lo que dijo, pero que ni dios sepa al final, lo que hará, o no, el P. Sánchez de turno.

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