Opinión

Juan Francisco Rojas

Proporcionalidad y mayorías

Hemos sido testigos estos días del tenso y complicado escrutinio de las elecciones estadounidenses a la presidencia, bajo un sistema electoral complejo, fundamentado en una anatomía presidencial y federal. Su forma de gobierno es una democracia presidencialista que ostenta la jefatura del Estado y el poder ejecutivo, junto al poder legislativo repartido entre los dos órganos de representación, la Cámara de

Representantes y el Senado que le identifica con dos niveles de gobierno, el Federal y el Estatal, con funciones perfectamente diferenciadas e identificadas en su Constitución del año 1787.

Este país integrado por 50 estados y con una población similar al conjunto de la Unión Europea, que le convierte en la primera potencia económica mundial, ha puesto de manifiesto a la hora de comparar los sistemas electorales y la representatividad real del voto ciudadano a través del sufragio universal, la diferencia entre los distintos procedimientos, proporcionales y mayoritarios, para determinar la composición de los órganos legislativos y las variadas formas de gobierno. Se podría abrir un debate, entiendo que rico e interesante, intentando determinar la fórmula más democrática en la plasmación de la voluntad popular para la formación y composición de la clase dirigente de los Estados. En España nuestro régimen electoral, a través del denominado método D'hont, realiza un reparto equitativo y proporcional, supuestamente, de los escaños del Congreso entre los distintos partidos y formaciones que confluyen a las elecciones generales, teniendo la provincia como base de circunscripción electoral. Ya a priori, sin entrar en profundidades técnico/políticas, nos constan desequilibrios territoriales en cuanto al beneficio que ostentan los partidos regionalistas, que consiguen con menos votos, un mayor número de diputados frente a formaciones de índole nacional. Todo esto nos induce a reflexionar respecto a la cuota de poder que tradicionalmente vienen disfrutando estos representantes, normalmente independentistas o mal llamados partidos nacionalistas, a la hora de la formación del poder ejecutivo a través de pactos y acuerdos de dudosa legitimidad ética y democrática. Estas formaciones ven exponencialmente inflada su cuota de representación y su decisión resulta decisiva a la hora de designar al presidente del Gobierno de España. Luego en nuestra democracia de partidos, la elección del líder del ejecutivo es indirecta a la voluntad del voto ciudadano que elige unas siglas y son sus representantes (diputados del Congreso) quiénes le designan. Por contra en Estados Unidos, con una democracia bipartidista (Republicanos y Demócratas), su presidente es elegido directamente por el pueblo a través de sufragio universal libre y directo, con un sistema de recuento o escrutinio basado en los denominados votos electorales que ostenta cada Estado y que recaerán en una u otra formación política por simple mayoría de votos. Luego se puede dar la paradoja y obtengas un mayor número de votos ciudadanos, pero con menor reflejo de votos electorales (dependiendo del papel o la importancia de cada estado) y obviamente no resultes ganador de los comicios. Esto ya sucedió en las últimas elecciones presidenciales celebradas en 2016.

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