Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Provocaciones

Defender que el adversario habita nuestra misma casa es una idea radical. Entonces, nos convertiremos en radicales

Provocar, del latín pro-vocare, llamar para hacer salir. Esto es lo que según algunos hizo ayer Ciudadanos con su acto en apoyo a la Guardia Civil celebrado en Alsasua. Si los siete jóvenes acusados de agredir a los agentes siguen encarcelados, y si de hecho ni siquiera lo están por un delito de terrorismo, tal y como pedía la fiscalía (sí por un delito de odio, ojo), ¿a qué viene ahora Albert Rivera a echar más leña al fuego? Resultó curioso que no se utilizara el término provocación el día antes, cuando se convocó una manifestación contraria al acto bajo el lema Dejad Alsasua en paz, con su evidente reivindicación de expulsión, de cosificación del contrario, reducido a bárbaro que nada tiene que ver con nosotros. También es significativo que a esta manifestación asistieran unas diez mil personas mientras que al acto de ayer apenas lo hicieran quinientos participantes de Ciudadanos, el PP y Vox, lo que deja el criterio de la provocación ya un tanto fuera de lugar; y no lo es menos que el PP se descolgara oficialmente de la convocatoria con tal de no hacerle el juego a los naranjas mientras algunos afiliados particulares decidieron incorporarse a la causa como tales. Pero lo más llamativo es que entre las opiniones, incluidas las favorables, cundiera la premisa de que Ciudadanos hizo de intruso. De que se metió, sí, donde no debía.

Todo esto me recuerda a los consejos que todavía dan algunas abuelas (como lo hacía la mía) a sus nietos cuando empiezan a meterse en líos, en plan no te signifiques, deja el agua correr. No comparto los planteamientos de Ciudadanos, su soflama patriótica, su política económica ni su visión tecnócrata y rentabilista del mundo. Pero me parece que ya va siendo hora de dejar claro, y qué pena tener que venir con esto a estas alturas, que cualquiera tiene derecho a exponer sus ideas, siempre que no atenten contra la integridad de nadie y respeten los derechos fundamentales, allí donde le venga en gana sin tener que aguantar que le llamen fascista y sin que nadie le plante pancartas amenazantes en su misma cara. Tildar al que no piensa como nosotros de extranjero, de invasor, de provocador, de venido de fuera a meter las manos en nuestros asuntos, sigue siendo una práctica demasiado extendida que revela hasta qué punto este país se ha resistido a aprender de sus peores desastres. Defender que nuestro adversario habita nuestra misma casa se ha convertido en una consigna radical. Bien. Entonces, nos convertiremos en radicales.

De lo de Alsasua merece perdurar la advertencia de Fernando Savater: contra la identidad, ciudadanía. Libre y consciente.

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