Pulso solar

Hechas a la corta medida de la existencia, caben tanto la belleza cósmica como la destrucción aniquiladora

Un poema bien compuesto nunca deja indiferente a quien lo encuentra, si es que no sale a buscarlo confiado en la hechura del poeta que lo escribe. Diego Vaya acaba de obtener el Premio Andalucía de la Crítica y uno de sus poemarios destacados, Pulso solar (Visor, 2021), acude a los cambiantes latidos del vivir. Así la pesadumbre, el dolor, la fugacidad y la muerte. Mas también el asidero de la trascendencia doméstica -sin contradicción en ello- que se hace luz en la intimidad de lo cotidiano. Latidos solares en los que tanto cabe la belleza cósmica como la destrucción aniquiladora, hechas a la corta medida de la existencia, que necesita de sentido, aunque solo baste con no dejar de buscarlo. Valgan, entonces, las inciertas certezas -tampoco hay contradicción, aunque lo parezca- del amor, la desgarrada soledad de las pérdidas, el introspectivo ejercicio de mirar hacia dentro para que la identidad manifieste su inestable compostura, o el refugio -ya figurado, ya idílico- de los paraísos perdidos, para que los versos animen y alteren el metafórico pulso vital de la vida. Tal es la conmoción de estos diez versos espléndidos, recogidos en «Otra vez»: «Si nombramos de nuevo cada cosa / le damos otra vida. Hasta la tierra / más seca guarda el paraíso. Así, / tu voz me pone en pie contra el dolor / y contra tantos días esperando / el mundo hecho sentido. Y si morir / fuera volver a un sitio en que la muerte / ya no importase, entonces regresemos / al corazón de las palabras que arden / y nunca son ceniza ni humo: te amo». Adviértase, con «La canción del cuerpo», que el tiempo solo vuelve en los recuerdos, pero no en el reparto de los días, que son efímeros como la vida en que se suceden para darle, si es que cabe, algún sentido: «Se canta lo que vive y muere. ¿O era / lo que queremos que se salve? Cada / día es la piedra que se lanza a un pozo, / y aunque a veces al fondo brille un eco / siempre se hunde en las sombras de las aguas / hasta desvanecerse, y nunca vuelve». Y acaso también quepa contemplarse uno mismo, sin reconocerse: «Tal vez no volveré, pero ¿qué importa? / Todo es sitio de paso en que se borra / la luz, la identidad, el gesto, el nombre. / Hasta mi propia voz vuelve vacía. / Hasta mis pensamientos son un eco / hueco, un lugar común, el más bastardo / espejo donde no me reconozco».

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