Puntos suspensivos

Escribir una gran historia abre un último y formidable interrogante

El sol despuntaba sus primeros rayos. A través de la ventana se respiraba aún el rocío de la madrugada, con ese aroma a luz de luna y trino de pájaros. Tras deleitarse en ese instante eterno volvió sus ojos al pesado libro que tenía frente a si. Su Gran Obra parecía al fin terminada. En realidad casi terminada, reconoció de mala gana.

Ya había amanecido cuando comenzó a repasar sus notas manuscritas. Las primeras páginas rebosaban curiosidad, miedo, ilusión e inocencia. Componían una exquisita mezcla aderezada con amor, abrazos y alguna cándida rabieta, de esas que con los años se recuerdan con una sonrisa. Con el pasar de las hojas se sucedían historias donde los protagonistas se hacían preguntas que nadie contestaba, buscaban un lugar que desconocían y miraban mapas que a otros les habían conducido ya a la perdición. Al final casi siempre sucedía un giro inesperado y todo se recomponía en una nueva variante caleidoscópica.

Levantó la vista hacia la ventana y observó, con distraída sorpresa, que el sol se encontraba en el mediodía. Siguió leyendo sus propios renglones, vio que algunos se torcían y se preguntó si vistos desde otro ángulo pudieran parecer rectos. No supo contestar. Y así se sumergió en un mar de dudas, decisiones y horizontes que prometían viajes en primera clase pero de los que a veces se volvía en turista, sudando derrotas y con las maletas perdidas. Eso no impedía que el personaje principal se embarcase en nuevas aventuras afinando, eso sí, el olfato, aguzando el oído y con las gafas de lejos bien graduadas para verlas venir con tiempo.

Un nuevo vistazo comprobó que el atardecer inundaba la sala. Luces rojizas iniciaban su baile con algunas tímidas sombras. Y así prosiguió la lectura. El ritmo era ya más sosegado. Los caminos se recorrían sin prisas, disfrutando más de ellos y de los compañeros de viaje que del destino en sí mismo. Muchos árboles eran viejos conocidos. Un bolsillo lleno de mieles de victoria, otro repleto de tesoros vacíos. Y así, sin darse cuenta, anocheció. Precisó de un candil para alumbrar las últimas letras escritas con trémula mano. En el libro las historias se reducían a las últimas motas de un reloj que agotaba ya su arena. Ecos de un tambor otrora vigoroso. Al fin se levantó y antes de soplar la solitaria llama se dirigió al viejo que miraba al otro lado del espejo: sólo nos queda el título, ¿cuál le pondrías tú…?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios